miércoles, 29 de mayo de 2013

Buen comienzo del papa Francisco



TAREAS PARA EL PRÓXIMO SUCESOR DE PEDRO
José Ignacio González Faus

En mi opinión, cuando se habla de reformas de la Iglesia hay que distinguir, en primer lugar, entre reformas más urgentes y menos urgentes (que pueden no coincidir con las que más nos gustarían a nosotros). En segundo lugar hay que distinguir también entre reformas que requerirán tiempo (quizás mucho) y otras que parecen ser de factura inmediata, con sólo que un papa lo quiera. Teniendo esto presente esbozaré el siguiente programa.
1.- La reforma más urgente en la Iglesia de hoy (aunque será una reforma lenta y constante) es que aparezca como “iglesia de los pobres”.
Si Dios se reveló en Jesús como Dios de los pobres y de las víctimas de este mundo, una Iglesia que no haga visible esa revelación será siempre infiel a Jesucristo. El nuevo papa, en mi opinión, debería retomar y proponer a los poderes económicos de este mundo la enseñanza (tan simple como inaceptable) de Jesús: que “es imposible servir a Dios y al dinero”. Al menos para alertar a tantos seres humanos que pretenden creer en Dios pero buscan un dios compatible con el culto al Dinero que profesa nuestro mundo. Esta será una reforma constante y difícil como he dicho, pero la Iglesia deberá tener muy claro y no olvidar nunca que (como dijo Juan Pablo II) aquí se juega su fidelidad a Cristo.
2.- En segundo lugar es muy urgente una reforma de la curia romana, tan reclamada por el Vaticano II y que la curia bloqueó siempre.
En esa infidelidad está, para mi, una de las raíces de la actual crisis de la Iglesia. La curia no es el órgano director de la Iglesia sino un instrumento al servicio de la autoridad eclesiástica que no reside en la curia sino en todo el colegio apostólico con Pedro a la cabeza. Al revés de lo dicho en el número anterior, aquí serían posibles unas reformas inmediatas que, a mi modo de ver, son urgentes. Enumeraré algunas:
  • Los miembros de la curia deberían dejar de ser obispos, porque la existencia de obispos sin iglesia es contraria a la más originaria tradición de la Iglesia, legislada ya en el canon 6 del Concilio de Calcedonia. La hipocresía de hacerlos titulares de una diócesis inexistente, no hace más que poner de relieve la mala conciencia con que se desobedece aquí a la Tradición. Tengo datos para afirmar que esa era la mentalidad de Benedicto XVI cuando llegó a la silla de Pedro; pero la curia se lo impidió.
  • Derivado de lo anterior, Roma debería reinstaurar la participación de las iglesias locales en la elección de sus pastores, obedeciendo así también a toda una tradición que llena el primer milenio y que sólo se quebró por la necesidad de impedir que los poderes civiles intervinieran en la designación de los obispos.
  • Y en tercer lugar deben desaparecer del entorno papal todos los símbolos de poder y de dignidad mundana que opacan la revelación de la dignidad de Dios consistente en su anonadamiento en favor de los hombres. Habría que suprimir a los llamados “príncipes de la Iglesia”, título casi blasfemo para una institución que se funda en Jesús como su piedra angular. El obispo de Roma debería ser elegido (por ejemplo) por los presidentes de las diversas conferencias episcopales, añadiendo quizás un grupo de religiosos y de laicos hombres y mujeres. Esta reforma puede ser más lenta que las dos anteriores. Pero la comisión de canonistas encargados de darle carácter jurídico tiene tiempo para trabajar hasta el próximo conclave. Y entre esos títulos de poder mundano ajenos a Cristo, el sucesor de Pedro debería dejar de ser un jefe de estado, porque eso avergonzaría a su predecesor.
3.- Roma y toda la Iglesia deben sentir como una ofensa a Dios la actual separación de las iglesias cristianas en contra de la voluntad expresa del Señor.
Ya no es hora de acusaciones sino de unidad. Y aunque éste es otro punto que puede ser largo, el próximo papa podría crear una especie de Sínodo ecuménico (paralelo al actual sínodo de obispos, pero menos descafeinado que éste) que convocara periódicamente a todas las iglesias cristianas a tratar y discutir libremente los caminos hacia la unidad. Unidad en la que pueden caber grandes dosis de pluralidad, porque la verdadera unidad no es la uniformidad de lo único sino la comunión de lo plural. He hablado de un sínodo creado por Roma pero igual podría ser convocado por el Consejo Ecuménico de las Iglesias, sumándose a él la iglesia católica.
4.- Estas son las tres reformas más urgente a mi modo de ver. Hay otras que ocupan más espacio en los Medios de Comunicación.
Tienen su importancia pero pueden no ser tan urgentes. Y, en mi opinión, es  importante fundamentar bien las razones que llevan a ellas. De entre ellas doy prioridad en este comentario a la que me parece más fácil y que requeriría menos tiempo. Me refiero a la situación de los católicos que fallaron en su primer matrimonio y han encontrado estabilidad en una segunda unión. Urge y es posible arbitrar una solución como la que las iglesias orientales llaman “disciplina de misericordia” y que la iglesia católica nunca quiso condenar (sólo se limitó a enseñar que ella “no yerra” cuando no sigue ese camino). Pero si este “no errar” podría tener sentido en los tiempos de Trento puede que ya no tenga vigencia hoy. No se trata de contradecir para nada las razones teológicas a favor de la indisolubilidad del matrimonio. Se trata más bien de tomar en serio aquella aguda observación de Pascal: que una verdad puede convertirse en herética cuando no deja sitio a otras verdades, igualmente parciales quizás pero cuya parcialidad no les priva de su carácter de verdad. La Iglesia tiene razón al enseñar que el matrimonio es una señal (sacramento) del amor de Dios a la humanidad que es un amor fidelísimo y  sin vuelta atrás. Pero (dejando estar ahora la importante consideración sociológica de que muchos sedicentes católicos se casaron sin tener ninguna conciencia del significado de lo que iban a hacer), hay que recuperar la consideración tan bíblica de que ese amor de Dios sigue en pie aun cuando la esposa haya sido adúltera o infiel. Y que Dios está dispuesto a perdonar y reconquistar y volver a llamar a la esposa que le traicionó. En las repetidas y bellas páginas de los profetas bíblicos sobre este punto, hay un fundamente teológico para esa “disciplina de misericordia”.
5.-Sin salir de la disciplina matrimonial, la autoridad eclesiástica debería tomar conciencia de que la enseñanza de Pablo VI en la Humanae Vitae (sobre la Planificación familiar) no ha hallado recepción suficiente en el pueblo de Dios; y no sólo en cristianos tibios sino en parejas seriamente creyentes, en presbíteros y hasta obispos de la Iglesia. En mi humilde opinión el nuevo papa debería convocar una nueva comisión como la que nombró Pablo VI para estudiar este punto. Es dato conocido que aquella comisión fue partidaria en un 90% de cambiar la enseñanza de la iglesia en este punto. Pero el miedo a que ese cambio desacreditara al magisterio eclesiástico, llevó a Pablo VI a no aceptar el veredicto de la comisión. Casi 50 años después, cabe decir que ese miedo obstinado ha desacreditado más al magisterio eclesiástico que si hubiese tenido humildad para cambiar. Y ha sido además causa de muchos abandonos de la práctica sacramental que acabaron cuajando en abandonos de la fe.
6.- El tema del celibato ministerial es uno de los que ocupan más espacio en los media. Aunque tanto en este punto como en el siguiente, comparto la reivindicación que se hace, debo añadir que al tratarlo en penúltimo lugar no lo considero tan decisivo como los dos primeros de esta lista. Desde mi experiencia particular, debo decir que las razones que me llevan a pedir este cambio no son reivindicaciones personales, sino de atención al mayor bien de las iglesias. Toda comunidad cristiana tiene un derecho a (y un mandato de) celebrar la Cena del Señor del que no se la puede privar por el afán de mantener una disciplina eclesiástica. Si no se quiere leer la actual crisis de vocaciones como una señal del Espíritu (porque los signos de los tiempos tienen siempre su ambigüedad), hay que decir que negar la eucaristía a millones de cristianos por obstinación en no cambiar una ley positiva de la Iglesia, es incurrir en el duro reproche de Jesús: “quebrantáis la voluntad de Dios por acogeros a las tradiciones de vuestros mayores”. Y como los obstinados en esta postura suelen ser amigos de lecturas literalistas de la Biblia, se les puede responder con la cita clásica de uno de los documentos tardíos den Nuevo Testamento: “el obispo sea varón de una sola mujer”… Dicho todo lo anterior no tengo reparo en aceptar que esta reforma debería hacerse con suma cautela y poco a poco, dado que el terreno es resbaladizo como todo el mundo reconoce.
7.- Last but no least” (Al útimo, pero no el último), reservo el último lugar para el tema de la mujer no porque sea menos importante sino para que no desaparezca en los intermedios. Es tema muy importante y donde hay tareas que pueden ser más inmediatas y otras más de largo plazo. Me parece innegable que la situación de la mujer en la Iglesia de hoy es un grave pecado estructural, que debería intranquilizar la conciencia de quien sea el próximo papa. Creo no obstante que hay puntos de cocción lenta y que la urgencia innegable no está necesariamente en la meta final. El próximo papa, a mi entender, debería preocuparse por dar cuanto antes a la mujer una serie de accesos que la tradición y la misma legislación eclesiástica no les niegan: diaconisas,  cargos en la curia reformada, participación en la elección del obispo de Roma… La cima de esta evolución sería el ministerio femenino. Roma debería comenzar por no prohibir que se hable de él y que se estudie el problema, porque eso es cerrar los únicos caminos por los que se abre paso la verdad. Creo recordar que ya en en 1976, otra comisión de teólogos y biblistas redactó un informe para el papa sobre este punto, cuya conclusión era que no se ven objeciones en la Escritura para el acceso de la mujer al ministerio eclesial. Aunque personalmente comparto esta opinión, puedo comprender a quienes no la comparten y podrían tener aquí una auténtica objeción de conciencia. Entre ellos estarían todas las iglesias orientales, creando así una gran dificultad al ecumenismo que es para mí un mandamiento muy serio. Por eso he propuesto otras veces, y lo recojo aquí, que quizás el sucesor de Pedro debería convocar a la Iglesia (y a todas las iglesias) a un período de oración que podría  durar incluso uno o dos años, en el que en comunidades contemplativas, en las misas dominicales, en la oración personal… todos los cristianos pidieran al Señor que nos haga ver Su voluntad en este punto. Por mucho que se discuta sobre la oración de petición, soy de los que creen que cuando pedimos precisamente eso: que se cumpla Su voluntad en nosotros, manifestándoos dispuestos a aceptarla, esa oración acaba siendo escuchada. Porque lo que Dios más quiere de nosotros es esa disposición para hacer su voluntad sin quitarnos nuestra libertad.

Huelga decir que todo lo anterior es opinión personal. Acepto pues que unos disentirán de ella y a otros quizá les moleste o les irrite. Sólo pediría que se me responda con argumentos que muestren que lo aquí dicho no obedece al evangelio y a la necesidad de “una esposa de Cristo sin mancha ni arruga”. A la acusación fácil de que lo dicho brota sólo de falta de amor a la Iglesia, puedo responder lo que hace años oí a Ratzinger y le he leído después: “lo que necesita hoy la Iglesia son gentes que por amor a ella pongan en juego su futuro, y no gentes que utilizan el amor a la iglesia como plataforma para su ascenso personal”.
Y, por supuesto: no pretendo que con lo dicho la Iglesia dejará de tener problemas. Simplemente será más evangélica y más fiel a su misión.


martes, 1 de enero de 2013

Vamos hacia el pluralismo religioso: resumen.


HACIA  UN  PARADIGMA  POS-RELIGIONAL  -  PROPUESTA  TEOLÓGICA
Comisión  Teológica  Internacional  de  la  EATWOT *.


Cada vez se está hablando más del declive del cristianismo en Occidente. El catolicismo y el protestantismo por igual, atraviesan una grave crisis, tanto en Europa como en América del Norte. Son cada vez más los observadores que pronostican que a continuación la crisis va a afectar también a otras religiones. Se sospecha que la crisis no parece deberse a un problema propio del cristianismo, sino a la naturaleza misma de «las religiones» y la incapacidad creciente que éstas experimentan para acomodarse al profundo cambio cultural que está en curso. La hipótesis del advenimiento de un «paradigma posreligional» quiere plantear la posibilidad de que estemos ante una transformación socio-cultural de hondo calado, en la que las «religiones neolíticas» van a dejar de ser viables cuando se implante a fondo la adveniente de «sociedad del conocimiento»[1], que será una sociedad «pos-religional» [2], y que las religiones que no se liberen de sus condicionamientos «religionales» ancestrales se verán abocadas a los márgenes residuales del curso de la historia.
Es obvio que este paradigma-hipótesis estaría conviviendo con fenómenos bien contrarios de conservadurismo religioso, revivals espirituales, carismatismo y neopentecostalismo. Sólo en algunos sectores geográficos puede estarse dando mayoritariamente, pero algunos observadores afirman que crecen los síntomas de que en las capas urbanas, cultas, tanto de jóvenes como de adultos, con acceso a cultura y tecnología... estaría empezando a hacerse presente este paradigma, también en América Latina (¿también en África y Asia?). Prescindiendo de sondeos cuantificadores de campo, nos queremos concentrar en la elaboración teórica de una primera presentación reflexiva e indagatoria de lo que aquí queremos llamar «paradigma pos-religional», que proponemos a debate y contraste de la comunidad de estudiosos de la teología y de las ciencias de la religión, así como de los «pastores» y de todas las personas preocupadas por la evolución actual de lo religioso.

POSIBLE FUNDAMENTO DE LA HIPÓTESIS
Una ampliación del conocimiento humano y un callado enfrentamiento de la ciencia actual con la religión parecerían ser causas intelectuales de este nuevo paradigma, entre otras. El desarrollo de las ciencias está llevando a la humanidad a observarse a sí misma y a hacerse de su religiosidad una idea en gran medida diferente de la que hasta ahora tenía de ella, lo cual repercute en una actitud nueva frente a la religión.
A estas alturas de la historia, la antropología cultural se cree ya en capacidad de poder hacer sobre la religión un juicio diferente al que ésta ha venido haciendo de sí misma, a la auto-definición con la que durante milenios la religión se ha presentado y con la que ha fraguado la opinión mayoritaria de las sociedades tradicionales, hasta hoy. Aunque quede mucho por investigar, y aunque otras ciencias también pueden aportar mucho, la antropología cultural -interdisciplinariamente considerada- cree saber ya cuándo y cómo se fraguaron las religiones, con qué mecanismos sociales y epistemológicos operan, y cuáles son las dimensiones humanas profundas en juego en su relación con el ser humano, individual y colectivo. La novedad de estos juicios es radical, y parece generalizarse y difundirse en las sociedades evolucionadas tan rápida como subliminalmente, generando un cambio profundo de actitud hacia la religión, que estamos interpretando precisamente como la llegada de un nuevo «paradigma pos-religional».
Éstos serían -muy en síntesis- los puntos nucleares de esta nueva visión que la antropología cultural está presentando hoy día sobre la religión:

  1. Las religiones no son «de siempre», no existen desde que el ser humano está sobre la faz de la Tierra. Hoy sabemos que las religiones son jóvenes, casi «recientes». La más antigua, el hinduismo, sólo tendría unos 4500 años. El judeocristianismo, 3200. En términos evolutivos, aun limitándonos a los tiempos del género homo (entre 5 y 7 millones de años), o más todavía de la especie homo sapiens (150 mil o 200 mil años), las religiones son «de ayer mismo». Hemos pasado muchísimo más tiempo sin religiones que con ellas; aunque espirituales, parece que lo hemos sido desde el primer momento: homo sapiens y homo spiritualis parecen ser coetáneos. Las religiones no son por tanto algo que acompaña necesariamente al ser humano, como muestra la historia [3].

  1. Las religiones se han formado en la época neolítica, tras la gran transformación que vivió nuestra especie al pasar de ser tribus nómadas de cazadores y recolectores, a vivir sedentariamente en sociedades urbanas ligadas al cultivo de la tierra, a raíz de la «revolución agraria»[4]. En esa coyuntura evolutiva (tal vez el momento más difícil de su historia evolucionaria) la humanidad ha tenido que reinventarse a sí misma creando unos códigos que le permitieran vivir en sociedad, no ya en bandas o manadas, con derecho, moral, cohesión social, sentido de pertenencia... para ser viable y sobrevivir como especie. En esa coyuntura, nuestra especie ha echado mano de la que es quizá su fuerza mayor desde su aparición como especie emergente: su capacidad simbólica y religiosa, su necesidad de sentido y de experiencia de trascendencia. Quizá podría haber sido de otra manera, pero ha sido de hecho así.

  1. Desde el neolítico hasta nuestros días, las sociedades han sido religiosas, «religió-céntricas», transidas de religión en todas sus estructuras: su conocimiento (y su ignorancia), sus creencias, su cultura, su sentido de identidad, su cohesión social y el sentido de pertenencia de sus miembros, su derecho, su política, su legitimidad, su estructura social, su cosmovisión, su arte... «La cultura ha sido la forma de la religión, y la religión ha sido el alma de la cultura» (Tillich). El impulso religioso, la fuerza de la religión, ha sido el motor del «sistema operativo» de las sociedades. Si exceptuamos los dos últimos siglos, desde la revolución agraria no hemos conocido sociedades ni grandes movimientos sociales ni siquiera revoluciones no religiosas; es claro que sus motivaciones eran también y fundamentalmente económicas y políticas, pero era a través de lo religioso como eran gestionados esos impulsos sociales. La religión misma -con un prestigio cuasidivino, su autoridad incuestionable, sus creencias, mitos, dogmas, leyes, moral... e incluso sus instancias inquisitoriales- fungía como software programador de cada sociedad. Eso ha sido así durante todo el tiempo neolítico -o «agrario» en el sentido amplio que estamos utilizando-, que ahora la antropología cultural sostiene que se está acabando.

  1. ¿Con qué mecanismos internos las religiones han ejercido esta su capacidad programadora de la sociedad? Por medio de:
̵            la creación e imposición de su cosmovisión sobre la sociedad: ella es quien ha dicho a la humanidad, en cada sociedad, qué es la realidad, cuál es su origen, su sentido y sus exigencias morales;
̵            las creencias fundamentales vehiculadas por los mitos sagrados, que han fungido como los presupuestos, axiomas, postulados, presupuestos profundos de cada sociedad, como la arquitectura epistemológica misma de la sociedad humana;
̵            una «epistemología mítica», que ha atribuido a Dios sus propias elaboraciones, para presentarlas como revelación o voluntad de Dios, y así absolutizarlas para dar seguridad a la sociedad humana;
̵            una exigencia radical de sumisión [‘islam” significa ‘sumisión’], de fe [una exigencia primera en el cristianismo], de «creer lo que no se ve» (o lo que ni siquiera se entiende);
̵            ejerciendo con todos estos mecanismos como sistema operativo de la sociedad (lo que se evidencia en los sistemas sociales de los imperios con su religión de Estado, la «sociedad de cristiandad» o los «regímenes teocráticos» en otras religiones, por ejemplo).

A partir de estas premisas podríamos dotarnos ahora de una nueva definición técnica ad hoc de las «religiones» en el sentido que aquí queremos dar al término: llamamos técnicamente «religión» a la configuración socio-institucionalizada que la religiosidad (espiritualidad) constitutiva del ser humano adoptó en la edad agraria, configuración que ha fungido como sistema fundamental de programación y de autocontrol de las sociedades agrarias neolíticas. En esta exposición entendemos «religión» en este estricto sentido técnico, y no en cualquiera de las otras acepciones de la palabra (religiosidad, dimensión religiosa, espiritualidad, institución religiosa...); no tener en cuenta esta precisión de vocabulario nos llevaría inevitablemente a la confusión. Derivadamente, llamaremos técnicamente «religional» a lo relativo a esta «configuración socio-religiosa propia del tiempo agrario o neolítico»
En este sentido, es de notar que el paradigma que queremos presentar es calificado como «pos-religional», no como «pos-religioso», porque continuará siendo «religioso» en el sentido normal del diccionario, en cuanto «relacionado con la dimensión espiritual del ser humano y de la sociedad», aunque cambien las culturas y las épocas; lo llamamos pos-religional porque ciertamente se instalará en la superación de la citada configuración de lo religioso (aquellos modos de funcionar a los que luego nos vamos a referir propios de las religiones que genéricamente llamamos «agrarias» -incluyendo ahí las ganaderas y otras formas más especializadas-).
El prefijo «pos» no lo tomamos en el sentido literalmente temporal (como un «después de») sino en un sentido genéricamente superador: «más allá de». Por ello, igualmente sería válido decir «a-religional», sin posible confusión en la dimensión temporal. «Pos-religional» no significa «pos-religioso» ni «post-espiritual», sino, estrictamente, «más allá de lo «religional», es decir, más allá de «lo que han sido las religiones agrarias», o una «religiosidad sin religiones (agrarias)», una espiritualidad sin la “configuración socio-institucionalizada propia de la edad neolítica” (sin programación social, sin sumisión, sin dogmas...). Obviamente, nos apoyaremos en otras mediaciones, gestos, símbolos, instituciones o «sistematizaciones» de otro tipo, porque la experiencia espiritual humana no puede darse en el vacío...; pero no es éste el momento dirimir este punto.

ELEMENTOS PRINCIPALES DEL PARADIGMA POS-RELIGIONAL
Tratemos de establecer ya los elementos principales de la nueva conciencia «pos-religional» propia de ese fenómeno complejo de la cultura social emergente, consecuencia principal de la ampliación del conocimiento humano.

  1. Las Religiones son otra cosa que lo que tradicionalmente pensábamos, que lo que todavía piensa mucha gente, que lo que ellas piensan de sí mismas y han difundido en la sociedad durante milenios. Las religiones no están respaldadas por una especie de preexistencia que haría de ellas un cuerpo supremo primordial de sabiduría, unas formas de sabiduría divina reveladas por Dios mismo, lo que las convertiría en el único medio de acceso a esa revelación y a la relación con el Misterio. Las religiones -siempre, no se olvide, en el sentido específico que estamos dando al término- son, más bien, un fenómeno histórico, una forma sociocultural concreta que la dimensión profunda de siempre del ser humano ha revestido en una determinada era histórica. No son «la religiosidad misma». No son equiparables sin más a la espiritualidad humana de todos los tiempos.
Las religiones son formas históricas, contingentes, y cambiantes, mientras que la espiritualidad es una dimensión constitutiva humana, permanente, anterior a las formas, y esencial al ser humano... La espiritualidad puede ser vivida en o fuera de las religiones. Podríamos prescindir de las religiones, pero no podremos prescindir de la dimensión de transcendencia del ser humano...

  1. Las religiones son también construcciones humanas... Como hemos dicho, la ciencia y la sociedad ya saben mucho sobre su origen, su formación, sus mecanismos. Ello cambia radicalmente nuestra percepción sobre ellas: las religiones son obra nuestra, creaciones humanas, geniales, pero humanas -a veces, demasiado humanas-, y que deben estar a nuestro servicio, no al revés.
Las religiones -sus creencias, sus mitos, su moral...- no son obra directa de un Dios out there, up there (fuera y encima del mundo), que nos envió ese don de las religiones, sino que son algo que ha surgido de aquí abajo, algo muy terrestre, que nos lo hemos hecho nosotros los humanos, impulsados ciertamente por la fuerza del misterio divino que nos invade, pero según nuestras posibilidades y con nuestros condicionamientos muy concretos
Las religiones se absolutizaron a sí mismas al atribuir su propio origen a Dios. Fue un mecanismo que sirvió para fijar y dar consistencia inamovible a las construcciones humanas que ellas eran, en el afán de asegurar las fórmulas sociales de convivencia con las que la humanidad había logrado dotarse. Hoy estamos perdiendo la ingenuidad, y ese carácter absoluto de las religiones, que durante milenios fue un componente esencial de las sociedades humanas, que nos hizo más fácil y más pasiva la vida de los humanos, se nos evidencia como un llamativo espejismo epistemológico, que habíamos asumido por vía de una creencia, pero que hoy ya no nos resulta ni necesario, ni deseable, ni soportable.

  1. Entonces, no estamos sometidos a las religiones, no estamos condenados a marchar por la historia por el camino acabadamente trazado por ellas, como si fuera un designio divino que marcara previamente -desde siempre, y desde fuera- nuestro destino, como si nos obligara a adoptar las soluciones con que nuestros ancestros trataron de resolver sus problemas y de interpretar la realidad a la medida de sus posibilidades. Si las religiones son construcción nuestra, ello significa que no nos quitan el derecho (ni la obligación) de pronunciarnos ante la historia y de aportar nuestra propia respuesta a los problemas de la existencia, y de expresar con autoconfianza nuestra propia interpretación de la realidad de lo que somos, ayudados por nuestros descubrimientos científicos. No estamos obligados a tomar como verdad intocable e infranqueable las interpretaciones obsoletas y las soluciones ancestrales que se dieron a sí mismas generaciones humanas de hace unos cuantos miles de años, como si aquellas interpretaciones fueran una supuesta «revelación» venida de fuera y de obligado cumplimiento. Ese equívoco «religional» en el que han vivido nuestros antepasados, nos parece, a estas alturas de la historia, una alienación.
Da miedo sentirnos solos, responsables ante la historia, libres ante los caminos religiosos tradicionales, sin un camino seguro e indiscutiblemente obligatorio trazado por los dioses... Esta nueva visión del mundo, este «paradigma pos-religional», genera una autoconciencia humana profundamente diferente respecto a la que nos había marcado la conciencia religional tradicional. Ahora nos sentimos libres de las ataduras «religionales» para dar rienda suelta a nuestra realización personal y colectiva, para asumir plenamente nuestra responsabilidad, nuestras decisiones, nuestra interpretación al propio riesgo, sin ninguna restricción ni coacción supuestamente externa, aunque bien preocupada por sintonizar con el Misterio que nos mueve.

  1. Las religiones, supuestamente las únicas conocedoras del principio de los tiempos y del final del mundo, no son, por naturaleza, eternas, para siempre. Ahora las sabemos más bien temporales, construidas humanamente, recientes, contingentes. Y sabemos que no es imposible que puedan desaparecer. No son esenciales a nuestra naturaleza, y nos han acompañado una pequeña parte de nuestra historia evolucionaria.
Las religiones agrarias están ligadas a la época neolítica: podríamos decir que surgieron de hecho para hacer viable la especie humana al entrar en esa era nueva, la subsiguiente a la revolución agraria. Pero, es precisamente esa era la que los especialistas dicen que actualmente está llegando a su fin. ¿Qué futuro podemos pronosticar a las religiones en una época de transición que anuncia el final de la era que las hizo surgir? Parece plausible la hipótesis de que las religiones («agrarias») pudieran desaparecer. No parece un imposible en sí mismo, ni tendría por qué ser un desastre histórico gravísimo: hemos vivido la mayor parte de nuestra historia «sin religiones» (todo el paleolítico), y está demostrado que ello no impidió nuestra cualidad humana profunda, nuestra espiritualidad.

  1. A estas alturas ha quedado ya indirectamente evidenciada una distinción que se impone. Tradicionalmente las religiones detentaban el monopolio de lo espiritual. Una persona podría ser espiritual, solamente mediante las religiones. Eran consideradas la fuente misma de la espiritualidad, la conexión directa con el Misterio. Religiones y espiritualidad eran todo uno, la misma cosa.

Hoy, como acabamos de expresar, la conceptuación de las religiones está cambiando radicalmente en el paradigma posreligional emergente. Cada día a más personas se les hace evidente que las religiones no son la fuente de espiritualidad, sino sólo unas formas socio-culturales que la espiritualidad ha revestido históricamente; con frecuencia son un freno y un obstáculo para la espiritualidad, que es una dimensión esencial y característica del ser humano, que le acompaña permanente desde su surgimiento como especie. Las palabras religión, religioso, religiones, que tradicionalmente venían cubriendo intercambiablemente todo el ámbito de lo relativo a la espiritualidad, hoy deberán pasar, escrupulosamente, por la criba de la distinción entre lo religioso (lo que tiene que ver con esa dimensión misteriosa del ser humano) y lo religional (lo que pertenece simplemente al ámbito de esas configuraciones socio-culturales e institucionales que hemos llamado religiones agrícola-neolíticas).

EL PARADIGMA POS-RELIGIONAL EN SÍNTESIS
Una vez expuestos estos elementos principales de la visión constitutiva del paradigma posreligional, podríamos tratar de expresar su núcleo argumentador en apretada síntesis:

̵            Primera premisa: Las religiones (no «la religión, ni la espiritualidad, ni la religiosidad...), en el sentido técnico que hemos dado aquí al término, son una creación neolítica, de la edad agraria de la humanidad, tanto productos de ella como causas de la misma.
̵            Segunda: La transformación socio-cultural que estamos atravesando en la actualidad implica, precisamente, el final de esa época agrario-neolítica. Lo que ahora está siendo superado y barrido ha estado en los fundamentos de la sociedad humana y en la forma de la conciencia humana de la especie durante los últimos 10.000 años (desde el comienzo de la edad; ésa es la profundidad del cambio actual). Emerge un tipo nuevo de sociedad, con unos fundamentos distintos -sobre todo epistemológicos- que resultan incompatibles con el “sistema operativo” milenario neolítico. Se impone, por ello, un cambio sistémico tanto a nivel epistemológico como a nivel del tipo de conciencia espiritual de la humanidad. De ahí la radicalidad y la profundidad del cambio epocal que estamos viviendo, un nuevo «tiempo axial».
̵            Consecuencia: las religiones (agrario-neolíticas), identificadas con el tipo de conciencia, cosmovisión y epistemología agrarios, están perdiendo base y entrando en un profundo declive a medida que -por la acumulación de conocimientos científicos, tecnológicos, sociales y experienciales- va emergiendo un tipo de conciencia, de cosmovisión y de epistemología nuevo, incompatible con el tradicional neolítico. Los humanos de la sociedad adveniente ya no pueden expresar su dimensión espiritual en aquella configuración concreta de las religiones «agrarias» (tanto agrícolas como ganaderas), y éstas no logran sintonizar y hacerse entender por la nueva sociedad. Las religiones agrario-neolíticas se ven abocadas por tanto a transformarse radicalmente, o a desaparecer. Por su parte, las personas, comunidades e instituciones de estas religiones, a medida que pasan a la nueva cultura, se van desprendiendo de los mecanismos y de la epistemología agrarios, y van pasando a vivir su espiritualidad «pos-religionalmente».

Para verificar consecuentemente esta hipótesis:

  1. Habrá que profundizar en el concepto técnico de «religiones» agrario-neolíticas, no limitándonos a la referencia a su origen tras la Revolución Agraria, sino adentrándonos en su estructura epistemológica y sus características esenciales, permanentes durante este tiempo de la edad agraria.
  2. Habrá que mostrar más fundamentadamente la afirmación de que estamos ante «el fin de la edad neolítica», detallando concretamente en qué elementos antropológicos sustanciamos esta afirmación, y cuáles son los rasgos de la nueva sociedad que resultan incompatibles con sus religiones.
  3. Y habrá que elaborar un proyecto de acompañamiento a la sociedad en esta época que se avecina de tránsito desde la sociedad agraria a la nueva sociedad.

Concluyendo, llamamos paradigma pos-religional a esa forma de vivir la dimensión profunda del ser humano que se libera y supera los mecanismos propios de las religiones agrario-neolíticas, a saber:
̵            su «epistemología mítica»,
̵            su monopolio de la espiritualidad,
̵            su exigencia de sumisión, de aceptación ciega de unas creencias como reveladas por Dios,
̵            su ejercicio del poder político e ideológico sobre la sociedad, ya sea en regímenes de cristiandad, cesaropapistas, islámicos, de unión de Iglesia-Estado, de imposición de las leyes eclesiásticas sobre la sociedad civil...
̵            su imposición de una moral heterónoma, venida de lo alto, con una interpretación de la ley natural desde una filosofía oficialmente impuesta, con una moral no sometida a un examen comunitario y democrático,
̵            su control del pensamiento humano, con los dogmas, la persecución de la libertad pensamiento, la Inquisición, la condena y ejecución de “herejes”, la pretensión de infalibilidad, de inspiración divina, de detentar la interpretación autorizada de la voluntad de Dios...
̵            su proclamación como «Santas Escrituras» reveladas (en el caso de las «religiones del libro») de las tradiciones ancestrales acumuladas, exaltadas como Palabra directa de Dios, como normativa suprema e indiscutible para la sociedad y para las personas...
̵            su interpretación premoderna de la realidad como un mundo en dos pisos, con un mundo divino sobrenatural encima de nosotros, del que dependemos y hacia el que vamos...
̵            su interpretación de la vida y de la muerte en términos de prueba, juicio y premio/castigo de manos de un Juez Universal que es el Señor supremo de cada religión...

Con el fin de la era agraria, todas estas estructuras cognoscitivas, axiológicas y epistemológicas milenarias, están dejando de ser viables, a medida que adviene la nueva sociedad. Fueron un gran invento humano. Gracias a esas andaderas, las bandas nómadas de cazadores y recolectores lograron reinventar su humanidad haciéndola capaz de convivir en la ciudad, regulada por el derecho, unida por una conciencia religiosa de pertenencia a una colectividad con una identidad atribuida a los dioses... La crisis actual no se debe principalmente a procesos de secularización, o a pérdida de valores, o a la difusión del materialismo o del hedonismo (interpretación culpabilizante normalmente esgrimida por la oficialidad de las religiones), ni tampoco a la falta de testimonio o a los escándalos morales de las religiones, sino a la eclosión de una nueva situación cultural, que culmina la transformación radical de las estructuras cognoscitivas, axiológicas y epistemológicas neolíticas, transformación que comenzó con la revolución científica del siglo XVI, la Ilustración del XVIII y las varias olas de industrialización. Los síntomas sociales son un cierto agnosticismo difuso, la pérdida de la ingenuidad epistemológica, un sentido crítico más acentuado, una conceptuación más utilitarista de las religiones como al servicio del ser humano en vez de como receptoras de una lealtad total por parte de sus adeptos, la desaparición de la idea de «la única religión verdadera» y el desvanecimiento de la plausibilidad de una moral revelada heterónoma; pero el cambio estructural gravita sobre la citada transformación epistemológico-cultural.
No estamos pues ante un fenómeno realmente nuevo, sino sólo ante su radicalización Y no estamos ante una interpretación radicalmente nueva (este paradigma pos-religional), sino ante la toma de conciencia de que el eje de acumulación del cambio es sobre todo epistemológico, y que ello lo transforma radicalmente todo.

Dos cautelas

  1. Como ya señalamos al principio, no estamos queriendo decir que sólo esto es lo que acontece en el campo religioso, como si todo el escenario estuviera actualmente ocupado por esta transformación del paradigma de las religiones agrarias en un paradigma pos-religional. En el campo religioso tienen lugar muchos otros fenómenos, simultáneamente, incluso caóticamente, ya que son en algunos aspectos, contradictorios. Junto a esta crisis de la religión, decimos que se dan efervescencias religiosas y revivals, retrocesos y fundamentalismos. En esta propuesta teológica nosotros hemos centrado nuestro foco selectivamente en un aspecto concreto de la transformación en curso, que no niega todo el resto de elementos presentes. Ocurren otras cosas en el campo religioso, pero también ocurre ésta, y esta propuesta teológica quiere llamar la atención sobre ella, a pesar de su carácter difícilmente perceptible y todavía minoritario que reviste en muchas regiones.

  1. Lo que venimos diciendo tampoco se puede aplicar, indiscriminadamente, a TODAS las religiones. Porque no todas las religiones son «agrarias». Hay una buena cantidad de religiones, todo un género de las mismas, que no han pasado por la revolución agraria y urbana. Conservan en su seno una matriz de experiencia religiosa propia de los tiempos anteriores a la transformación neolítica (a la separación frente a la placenta de la sacralidad de la naturaleza, a la asunción de la transcendencia divina dualista y acósmica, etc.), y no cayeron en la deriva controladora y programadora de la sociedad mediante la sumisión a doctrinas, dogmas, inquisiciones... Aquí podemos ubicar la gran familia de religiones cósmicas, indígenas, animistas... así como otras que, aun perteneciendo históricamente al período neolítico y siendo religiones de sociedades netamente agrarias (agrícolas o ganaderas), se mantuvieron al margen del ese control dogmático-doctrinal, como por ejemplo el hinduismo, una «religión sin verdades». Quiere esto decir que tampoco este paradigma se aplica a todas las religiones. La realidad es pues, más compleja que nuestros intentos simplificadores de comprensión, lo cual nos urge a una mayor precisión, a una más serena humildad y a un mayor interés por el estudio de campo, la investigación y el diálogo.

DE CARA AL INMEDIATO TRÁNSITO
Ésta que estamos haciendo es una propuesta teológica, una profundización teórica para mejor poder transformar la realidad que interpreta (interpretar como forma de transformar). Pero es obvio que tiene repercusiones pastorales, y muy grandes. Porque de lo que estamos hablando es de un tsunami cultural y religioso, de una metamorfosis que tal vez nos hará difícil reconocernos a nosotros mismos en un próximo futuro. Y esta puede ser una situación muy difícil de atravesar para la humanidad; los antropólogos dicen que el tránsito de la sociedad paleolítica a la neolítica, con la revolución agraria, fue la situación más difícil que ha experimentado nuestra especie; tal vez estamos en un momento evolutivo semejante. Se hace necesario plantear cómo acompañar este «transito» que va a realizar o ya está iniciándose en la sociedad, desde las religiones «agrarias», a un nuevo tipo de sociedad cuya realización espiritual va a darse más bien por vías y según modelos que continuarán siendo religiosos pero «pos-religionales», sin que hoy por hoy sepamos concretamente cómo serán esas vías y esos modelos, pues... habremos de inventarlos.
Las religiones se van a ver abocadas -ya lo están siendo en muchos lugares- a situaciones de declive, de pérdida de miembros y pérdida de credibilidad y plausibilidad, por una parte, y por otra van a experimentar la contradicción con sus propios mecanismos agrarios. Ya muchas personas perciben que necesitan transformar su religiosidad, radicalmente, pero sienten punzantemente la contradicción con la doctrina oficial, considerada infalible e inmutable, que les prohíbe todo cambio o abdicación de los principios ancestrales. En algunas sociedades se cuentan ya por decenas de millones las personas que abandonan calladamente las religiones para seguir siendo religiosas pos-religionalmente. Es posible que algunas jerarquías religiosas, prendidas en el espejismo de una lealtad sagrada, prefieran numantinamente hundir a sus propias instituciones religiosas al bloquear su evolución, haciéndolo, con la mejor intención, a la mayor gloria de Dios. Pero es también posible que muchos grupos humanos sean capaces de transformarse. Es bien posible, y lo creemos además deseable, que las religiones agrarias evolucionen hacia unas nuevas formas religiosas (pos-religionales) consistentes con esta nueva sociedad del conocimiento. Se darán cuenta de que igual que la ciencia contradijo con razón el geocentrismo que ellas consideraban incluso revelado, hoy la ciencia nos descubre que el religiocentrismo ha sido un espejismo religional, y que igual que entonces fue posible abandonar la vieja cosmovisión y continuar con la vivencia espiritual, así hoy será posible -y necesario- liberarnos de las ataduras de lo religional, para encontrar la realización espiritual en un nuevo escalón evolutivo.
Todo parece indicar que el Titanic de las religiones agrarias no va a llegar a flotar en las latitudes del océano de la sociedad del conocimiento. Todo parece indicar que no va a durar tanto, y se va a hundir. Pasó su “kairós” (buena noticia), aunque le queda un poco de “cronos” (tiempos). Pero no es el fin del mundo. Es sólo el fin de un mundo, el fin del mundo agrario-neolítico y de su epistemología, y con ello el fin de las configuraciones religionales de la espiritualidad, las que hemos llamado «religiones agrario neolíticas». La vida y su dimensión profunda continúan. Y es deber nuestro comprender lo que está sucediendo, para no encontrarnos luchando contra la Realidad, sino para ayudar a este nuevo parto evolutivo de nuestra especie, para volver a reinventarnos como hicimos al comienzo del neolítico. Es deber nuestro también ser prudentes, no empujar a nadie más allá de sus necesidades ni de sus posibilidades, advertir claramente que la situación es difícil, es un nuevo nacimiento, una metamorfosis, un «cambio de especie», o un cambio de sistema operativo, y que es un momento de riesgos importantes, tanto en el plano social cuanto individual. Es deber de la teología avizorar lo nuevo, no sólo en el aspecto deconstructivo, sino en el constructivo: no sólo lo que ya no podemos creer, sino cómo podemos pues desarrollar en plenitud nuestra dimensión transcendente o espiritual, la cualidad humana profunda que las religiones religionales, después de todo, con más o menos limitaciones, querían apoyar. Muchas cosas están muriendo, es inevitable que mueran, y no acaban de morir, tratamos de ayudarles a bien morir (el “ars moriendi” -el arte de morir- dando vida para otros, dando a luz). Mientras tanto, es todo un mundo nuevo el que trata de nacer, y no acaba de nacer, y queremos ayudarle a nacer.
Las religiones van a verse en la necesidad de reinterpretar y reconvertir todo su patrimonio simbólico, que fue creado bajo los condicionamientos epistemológicos del tiempo agrario. Se trataría de una reelaboración, una «re-recepción» (Congar) de todo su patrimonio, elaborado inicialmente hace milenios, y mantenido históricamente bajo una ignorancia y una incultura de las que hace muy poco que acabamos de salir, gracias al portentoso despliegue de las ciencias. Las religiones habrán de buscar cómo re-comprender, y qué queda -si queda algo- de muchas de las creencias, dogmas, moral heterónoma, ritos agrarios... dentro de esta nueva situación del conocimiento y de los nuevos marcos de interpretación.
Muchos seres humanos, al verse incapacitados de seguir apoyándose en las religiones para sobrevivir espiritualmente, van a experimentar serias dificultades en la integridad espiritual de sus vidas. Como cuando el avión despega y abandona el sistema de apoyo de sus ruedas sobre el suelo, teniendo que pasar a apoyarse en un nuevo sistema de sustentación, totalmente distinto, el de sus alas, la mayor parte de la humanidad va a tener que pasar por momentos de difícil equilibrio en el tránsito de uno a otro sistema axiológico, tan diferentes, y hasta cierto punto, incompatibles, y sin cambio automático.
Lo que viene es un tsunami. Los riesgos son graves, en todos los órdenes. Es deber de la teología responsable avizorar estos problemas y tratar de acompañar este «tránsito» inevitable en el que ya estamos. Tanto en el aspecto teórico como en el práctico, el tema merecería mucha más extensión que la de esta sencilla «propuesta teológica». Nosotros la dejamos aquí, y la entregamos a consulta y debate, deseosos de que sea corregida y mejorada. ¿Podríamos ofrecer, a final de este año, un libro amplio, con las reflexiones, profundizaciones y debates que esta sencilla presentación del paradigma pos-religioso suscite? Quedan ustedes cordialmente invitados.

NOTAS
[1] Tratamos de no hacer énfasis en una caracterización concreta de la nueva cultura o sociedad emergente para no introducir un debate lateral. Nuestra preferencia sería denominarla «sociedad del conocimiento», no en el sentido de sociedad muy culta, sino en el sentido de que el conocimiento probablemente será su «eje de producción y acumulación», es decir, sociedades que viven de producir conocimiento. Sea cual sea esa caracterización, lo importante para nuestro objetivo es atender a la estructura epistemológica de esa sociedad.
[2] Utilizamos los neologismos «religional» y «pos-religional» como conceptos técnicos a ser distinguidos cuidadosamente de «religioso» y «pos-religioso», como luego explicaremos.
[3] Con recelo y resignación aceptamos la palabra «espiritualidad», tratando de no transigir con su innegable connotación etimológica dualista. Es una palabra consagrada por el uso, y es sabido que no la aceptamos como referida a un «espíritu» contrapuesto a una supuesta materia no espiritual... Postulamos una conceptuación más adecuada de lo que por espiritualidad se quiso significar: aquella dimensión de profundidad (Tillich), aquella necesidad de enmarcar nuestras vidas en contextos más amplios (Armstrong), la calidad humana profunda (Corbí), las motivaciones últimas, la mística por la que vive y lucha y con la cual contagia a los demás (Casaldáliga-Vigil)... Para subsanar su limitación, tratamos de reconducir la palabra acompañándola con expresiones paralelas.
[4] Hablamos de sociedad o época «agraria» no en el sentido de sociedad rural o de sociedad agrícola, dedicada al sector primario de la economía, la agricultura, sino refiriéndonos, desde una perspectiva antropológico-cultural, a la sociedad humana posterior a la «revolución agraria neolítica», como catalogación global de una época que llegaría hasta su disolución actual. La llamamos «agraria» en sentido amplio, incluyendo las sociedades ganaderas, que comparten unas estructuras epistemológicas propias de todo ese tiempo neolítico posterior a la revolución sociocultural que se inició con el descubrimiento de la agricultura. Las revoluciones científica (siglo XVI) e industrial (XVIII y siguientes) pueden ser consideradas como el comienzo del fin del neolítico o «edad agraria» profunda, quiebre que actualmente estaría en su fase de culminación. Estas categorías y las afirmaciones necesitan mucha matización; adoptamos pedagógicamente este lenguaje simplificado para facilitar una «presentación» sencilla de este paradigma. Estas precisiones de vocabulario pueden explicar por qué se hace necesario acudir a este artesanal neologismo -perfectamente dentro de las reglas etimológicas de la lengua-, para evitar el equívoco, tanto de equipararlo con lo «religioso» en el sentido normal del diccionario, como de confundirlo indebidamente con lo «anti-religioso» o lo ateo. De todas formas: ¿es el adjetivo «religional» el más adecuado para calificar este paradigma? Creemos que es correcto, que es adecuado, y que es útil (por plástico y efectista), pero creemos que no es absoluto, y que puede ser mejorado, porque quizá no proviene de lo esencial del fenómeno al que se refiere ni tal vez evoca lo que pudiera ser su base material o su especificidad epistemológica. Por eso, nosotros lo proponemos con humildad como provisional y mejorable.

Portal Koinonía.
* “EATWOT” (siglas inglesas) es “ASETT”: Asociación Ecuménica de los/as Teólogos/as (de la liberación) del Tercer Mundo.