D E C L A R A C IÓ N S O B R E
T E M A S D E L A F A M I L I A
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII
España,
octubre de 2015.
CONTENIDO
1ª parte: TEXTO DE LA DECLARACIÓN
1.
Introducción
El
porqué de este documento
Dos
premisas necesarias
Norma
evangélica y ética universal
2.
Temas urgentes
La
Homosexualidad
El Aborto
El Celibato opcional: los
curas casados
El sacerdocio de la mujer
Los divorciados en la
Iglesia.
2ª parte: RESUMEN-COMENTARIO POR
RELIGIÓN DIGITAL (6 puntos)
3ª parte: IDENTIDAD Y PAÍS DE LOS 42
FIRMANTES
1ª parte: DECLARACIÓN SOBRE
TEMAS RELACIONADOS CON LA FAMILIA.
GRUPO TEOLÓGICO PASTORAL APOYA AL PAPA FRANCISCO EN
SU APERTURA Y SOLUCIÓN DE PROBLEMAS URGENTES
El porqué de
este documento
Aun antes del Sínodo
dedicado a la Familia, se venían tratando por parte de biblistas, teólogos,
juristas y pastoralistas diversos temas dentro de la Iglesia católica, que
reclamaban un nuevo planteamiento. La involución posconciliar los consideró
descartables de toda posible renovación.
Con el anuncio del
Sínodo se acentuó la necesidad de abordarlos de una vez, de manera que se
pudieran ajustar a una nueva comprensión
y solución en el momento actual. Estamos ya metidos en el Sínodo y vemos cómo ha reaccionado un sector eclesial en
contra de todo intento de apertura, como
si la renovación cuestionara no sólo ciertos presupuestos de la enseñanza
tradicional sino la fidelidad a la
doctrina auténtica de la Iglesia y al mismo Evangelio.
En este sentido,
con respeto y ponderación, el presente Documento pretende presentar
fundadamente la legitimidad de un cambio. No es un tratado ni un mero extracto
de conclusiones, sino una exposición suficientemente argumentada, para quienes
sufren de cerca el problema y quienes están interesados en su desarrollo histórico hasta el momento
actual.
Entendemos que el
Documento es resultado de investigaciones, reflexiones y experiencias que
vienen de muy atrás y muestran la necesidad de un cambio.
En la Iglesia y
Sociedad de hoy, dentro de un marco ético y evangélico, pretendemos aportar fundamentación
al replanteamiento y solución de problemas, que parecieran intocables, y sobre
los que mucha gente espera urgente
renovación:
La Homosexualidad
El Aborto
El Celibato opcional: los curas casados
El sacerdocio de la mujer
Los divorciados en la Iglesia.
I –DOS PREMISAS NECESARIAS
1. Norma primera: el seguimiento de Jesús
La Iglesia católica siempre se ha ocupado de la familia por ser
parte integrante de su misión. Como asegura el Instrumentum Laboris del Sínodo “El fundamento del anuncio de la
iglesia acerca de la familia radica en la predicación y vida de Jesús”.
Procede, por tanto, volver a la norma fundamental del seguimiento de Jesús, que
nos propone vivir como él y hacer nuestro su proyecto y que debe guiar la
vida de todo matrimonio y familia.
El seguimiento de Jesús, norma simple y universal, conlleva
unos valores
propios, pero que hoy se nos han diluido en la marea ingobernable de un
neoliberalismo consumista. “La moral cristiana, recalca el Papa Francisco, no
es una moral estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía, ni un
catálogo de pecados y errores… Sin amor, el edificio moral de la Iglesia puede
convertirse en un castillo de naipes” (GE, cfr. 25-39).
Este seguimiento supone abrazar el proyecto de Jesús,
apostando por los valores que él luchó y vivió, y que resultan incompatibles
con los de otros proyectos. Dichos valores, que nos harán entrar en conflicto
por causa de este Hombre, están a la vista en las páginas del Evangelio: “todos vosotros sois hermanos; el que
aspire a ser el mayor, que sea servidor
de todos; los últimos serán los primeros; hacer un bien a los más pequeños es
como hacerlo a mí mismo, de modo que al
final se os juzgará en base a cómo os habéis portado con los más pequeños”.
2. Norma primera y ética universal
El seguimiento de Jesús incluye, como es natural, la
ética humana asentada sobre la dignidad de la persona: “Los pueblos
reafirman su fe en los derechos del hombre, en la dignidad y valor de la
persona humana y en la igualdad de hombres y mujeres” (Declaración universal de
los Derechos Humanos, Preámbulo).
Por donde los que nos profesamos seguidores de Jesús, nos
consideramos identificados en esa dignidad fundamental, que nos permite caminar
unidos coincidiendo en valores, criterios y actitudes vinculantes
para todos. Haciendo uso de nuestra razón y responsabilidad, asumimos la
herencia histórica de unas y otras culturas, de unas y otras religiones, que
nos provee de ese hilo que sostiene, teje y entrega esa “dignidad y valor de la
persona y de los derechos que de ella derivan”.
Compartimos, por tanto, el hecho innegable de la unidad de la
familia humana, que tiene como quicio el respeto total a la persona humana,
con el imperativo de procurar a todos un trato humano, -obligatorio para
individuos y Estados- y que queda esculpido en la llamada regla de oro: “No
hagas a los demás, lo que no quieras para ti”.
Esta unidad no niega las diferencias entre los pueblos, pero
que no se sobreponen a lo que es sustantivo y esencial a todos: la
dignidad de persona. Sobre esa base, surgen y se elaboran normas -hoy
convertidas en Derechos- que posibilitan un consenso universal.
II - NORMA
EVANGÉLICA Y ÉTICA UNIVERSAL ANTE EL RETO DE PROBLEMAS DE LOS MATRIMONIOS Y
FAMILIAS ACTUALES.
1. La enseñanza del Magisterio está condicionada
por cada momento histórico, según la
evolución de las diversas ciencias
A la norma
primera del seguimiento, siguieron en el transcurso de los siglos, multitud de
otras normas. Todas ellas se hicieron desde unas circunstancias y razones
históricas concretas. Pero, muchas de ellas quedaron obsoletas y fueron
impugnadas, porque se mantuvieron contra viento y marea, al margen de la
ciencia, del sentir del pueblo, de las nuevas propuestas de numerosos teólogos
y moralistas que ya las habían formulado antes, durante y después del concilio
Vaticano II y al margen sobre todo del Evangelio.
La indiferencia
y alejamiento provenían de estar elaboradas desde paradigmas culturales que no
respondían al conocimiento actual -científico y bíblico-teológico- de esos
temas. La formulación doctrinal hecha por la Patrística y la Edad Media pudo
servir a muchas generaciones para vivir su fe, pero no todas son expresión adecuada y
definitiva del Evangelio, siempre universal, sino de presupuestos
científicos, antropológicos y cosmológicos evolutivos y perfeccionables.
Quiere esto
decir, que la Iglesia debe compartir la verdad del Evangelio
sobre la familia con la verdad de la ciencia respetando su autonomía y método
propios, así como el significado de la propia investigación bíblico teológica.
Esta colaboración no se ha dado como se debiera en el pasado y ha llevado a la
Iglesia a deificar muchas veces su magisterio considerándose poseedora de toda
verdad.
2. La tarea menospreciada de los teólogos
El concilio Vaticano II se celebró hace 50 años; en él
tuvieron parte decisiva muchos teólogos, posteriormente represaliados; de él
salieron orientaciones como éstas: “Las recientes adquisiciones científicas,
históricas o filosóficas platean nuevos problemas que arrastran consecuencias
para la vida y reclaman investigaciones nuevas por parte de
los teólogos” (GS, 62), “En el cuidado pastoral deben conocerse suficientemente
las
conquistas de las ciencias profanas de modo que también los fieles sean
conducidos a una vida de fe más genuina y más madura” (GS, 62).
Sin duda, los obispos deben velar y exponer la doctrina
cristiana, de acuerdo con la Revelación, pero “según lo requiere el cargo y la
importancia del asunto, celosamente trabajan con los medios adecuados a
fin de que se estudie como se debe esta Revelación y se la proponga apropiadamente”
(LG, 25).
Gratamente reconocemos que el Papa Francisco asume y reafirma
lo que durante el largo período posconciliar fue claramente desatendido provocando
un desfase de su doctrina y normas con relación al mundo actual: “El mensaje
que anunciamos, siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces
en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con
lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador” (GE,
117). “La teología -no sólo la teología pastoral- en diálogo con otras ciencias y
experiencias humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer
llegar las propuesta del Evangelio a la
diversidad de contextos culturales y destinatarios. La Iglesia, empeñada en la
evangelización, aprecia y alienta el carisma de los teólogos y su esfuerzo por
la investigación teológica, que promueve el diálogo con el mundo de las
culturas y de las ciencias. Convoco a los teólogos a cumplir este servicio como
parte de la misión salvífica de la Iglesia” (GE, 131). “Más que el temor a
equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras
que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces
implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay
una multitud hambrienta y Jesús nos dice: ´¡Dales vosotros de comer¡’ (Mc
6-37), (G.E., 46-49).
Desde estas premisas, pensamos que se puede dar
solución a problemas (la
homosexualidad, el aborto, el celibato opcional, la ordenación sacerdotal de la
mujer, los divorciados en la Iglesia) que hasta el presente se los ha
considerado como resueltos desde normas tradicionales inamovibles, sin
reconocer las aportaciones de las ciencias ni el cambio y adaptaciones exigidas
por la Exégesis y Teología en sus nuevos avances.
El Papa Francisco, si miramos a lo hecho y dicho hasta ahora,
se mueve en esta actitud de respeto, colaboración e integración del saber.
Muchos queremos las reformas, por ellas hemos luchado fieles al Evangelio y al
espíritu del Vaticano II, pero las resistencias pertinaces a nadie como a él le
va a tocar verlas, sufrirlas y resolverlas.
Sobre los temas citados, la
Exégesis y Teología modernas aportan luces y principios que difícilmente puede
ignorar un cristiano de hoy. El Papa Francisco, con la libertad y coherencia
que le caracterizan, trata de abordarlos distinguiendo lo que es y pertenece al
Evangelio y lo que es y pertenece al bagaje cultural relativo de la humanidad.
Ambas cosas -Evangelio y Culturas- se han necesitado y relacionado siempre y en
cada momento se han implicado para dar respuesta a la búsqueda y problemas del
hombre. Hoy, sin desestimar la herencia del pasado, la cribamos y la
enriquecemos con los nuevos conocimientos, que nos alumbran espacios o aspectos
inéditos de la realidad.
a)
El tema de la Homosexualidad
“Cuando uno se
encuentra con una persona gay, debe distinguir entre el hecho de ser gay del hecho de hacer lobby, porque ningún lobby
es bueno. Si una persona es gay y busca al Señor, y tiene buena voluntad,
¿quién soy yo para criticarlo? (Papa Francisco, a los periodistas en el
avión).
En Occidente la homosexualidad ha recibido una
valoración muy variada. El Dr. John Boswell en su libro “Las bodas de la semejanza” (640 páginas) documenta cómo en la
Iglesia católica del siglo VI al XII existía como normal la celebración litúrgica
de parejas homosexuales, según ritos y oraciones propias, presididas
por un sacerdote. Es, a partir del siglo XIII, que la homosexualidad va
revistiendo un carácter de vicio horrible (pecado ‘nefandum’ = innombrable),
tan horrible que lo de innombrable no se aplica a otros hechos más graves:
“Asesinato, matricidio, abuso de menores, incesto, canibalismo, genocidio e
incluso deicidio son mencionables”. ¿Por qué este horror que convierte
la homosexualidad en el peor de los pecados?
Es también muy común la opinión de que se elaboró una
construcción bíblico-teológica moral justificatoria de la gravedad de este
pecado, hoy demostrada como precientífica y opuesta al contexto y sentido de
los textos bíblicos y que la dejan desprovista de este tipo de argumentos para
condenarla.
Son de consenso generalizado las conclusiones científicas de que: “Ni desde la
medicina, la psicología, la pedagogía, ni con medidas sociales o legales, ha sido posible cambiar la
orientación sexual, aunque intentos no han faltado” (Juan L. T. Herreros, Aproximación
a la realidad homosexual” pp. 133-134). Los estudios más diversos confluyen
en la tesis de no poder calificar la homosexualidad como enfermedad, desviación psicosomática
o perversión sexual. La orientación homosexual no afecta a la sanidad
mental ni al recto comportamiento en el grupo social. En razón de ello, la OMS
(Organización Mundial de la Salud) ha suprimido la homosexualidad de la
relación de enfermedades. Y el Consejo de
Europa insta a los gobiernos a suprimir cualquier tipo de discriminación en
razón de la tendencia sexual.
No vale contraponer a estas indicaciones,
la existencia de una ética cristiana que las contradice y
calificaría la homosexualidad como desordenada e intrínsecamente perversa.
Sobre este particular, escribe el superreconocido teólogo E. Schillebeeckx: “En
lo que respecta a la homosexualidad no existe una ética cristiana. Es un
problema humano, que debe ser resuelto de forma humana. No hay normas
específicamente cristianas para juzgar la homosexualidad” (Soy un teólogo
feliz, p. 109).
Y, desde la perspectiva teológica, es bien fundada la posición de quienes
sostienen que la sexualidad humana no tiene
como modelo natural exclusivo la heterosexualidad -ese es un presupuesto
no probado- sino que se da también la homosexualidad como una variante
natural, legítima, minoritaria.
Ciertamente, es
un progreso recomendar respeto a los
homosexuales, con exclusión de todo lo que sea despectivo o vejatorio. Los
homosexuales son personas y, como tales, merecen el mismo respeto que todos los
demás. Pero, la inculcación de ese respeto carece de base, es en cierto modo
aparente, si luego se sigue manteniendo que la homosexualidad y la relación
entre homosexuales son desviadas, intrínsecamente perversas. Por más que se
proclame, si yo mantengo que el homosexual es un desviado y un perverso, en el
fondo seguiré abrigando distancia, temor y desconfianza.
b)
El tema del aborto
El tema del
aborto requiere una mirada atenta a todos sus aspectos. No obstante,
consideramos posible un acuerdo común en puntos éticos de valor universal.
-
El primero: considerar básico el derecho
de todo ser humano a la vida. Pero defender el derecho a la vida
no se identifica con la defensa del proceso embrionario desde su comienzo ni
siquiera en pasos posteriores de su ciclo intrauterino. Es una cuestión abierta, científicamente
hablando, en el sentido de que unos ponen un ser humano constituido desde el
comienzo y otros no lo ponen hasta las ocho semanas, justo cuando el embrión pasa a ser feto.
Muchos estamos convencidos
de que, en este punto, puede haber un acuerdo racional, científico y ético
prepolíticos, porque la puerta de que disponemos para entrar en esa
"realidad" es común a todos, y no es otra que la de la ciencia, de la
filosofía y de la ética.
Puerta que vale también para
los que se profesan creyentes. La fe, del tipo que sea, no sirve aquí para
aclarar el problema del aborto. "No está en el ámbito del Magisterio de la
Iglesia el resolver el problema del momento preciso después del cual nos
encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de la palabra" (Bernhard
Häring, autor de la famosa obra "La
ley de Cristo", y acaso el más reconocido moralista de la Iglesia
católica).
“Todo individuo tiene
derecho a la vida”, proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos
(Art. 3). Y todo individuo tiene el deber de respetar ese derecho. Sin embargo,
¿se puede afirmar con seguridad que el proceso embrionario es desde el
inicio un individuo humano? Resulta, por
tanto, crucial averiguar si el proceso del embrión varía en su desarrollo,
admite establecer dentro de él un antes y un después, un antes en que no es individuo y un después en que lo es. Teoría
discutida y discutible, no dogma.
De hecho, siempre existieron
en la tradición cristiana teorías diferentes (teoría de la animación sucesiva defendida por Sto. Tomás y teoría de la animación simultánea, defendida por San
Alberto Magno) sobre el momento de constitución de la vida humana. Pero, la teología postridentina a la hora de
resolver los problemas de la moral práctica ha partido siempre de la animación
inmediata. Las teorías más modernas afirman que el
embrión no es propiamente individuo humano hasta después de algunas semanas.
Como escribe el catedrático
Diego Gracia: "La mentalidad
clásica, que sobrevalora el genoma como esencia del ser vivo, de tal manera que
todo lo demás sería mero despliegue de las virtualidades allí contenidas, es la
responsable de que la investigación biológica se haya concentrado de modo casi
obsesivo en la genética, y haya postergado de modo característico el estudio del
desarrollo, es decir, la embriología. Este estado de cosas no ha venido a
resolverlo más que la biología molecular. La biología molecular ha llevado a su
máximo esplendor el desarrollo de la genética, en forma de genética molecular.
Pero, a la vez, ha permitido comprender que el desarrollo de las moléculas
vivas no depende sólo de los genes”. (Diego Gracia, Ética de los
confines de la vida, III, p.106).
El aserto clásico de que "todo está en los genes" es verdad
sólo en parte y se hizo en detrimento de los factores morfológicos y
espaciales, tan importantes en el desarrollo del embrión. Sin estos factores,
los genes quedarían sin efecto. Los genes tienen capacidad para formar
determinados órganos pero no si no hay inducción, lo cual viene a demostrar que
el embrión actúa como un gran campo de fuerzas, en el que cada parte es un
momento que está codeterminado por otros y a la vez los codetermina.
Se entiende por tanto que,
desde este enfoque, el embrión requiera tiempo y espacio para la maduración de
su sistema neuroendocrino y que no se halle constituido desde el primer momento
como realidad sustantiva. Los genes no son una miniatura de persona. La
biología molecular deja bien claro que, para el desarrollo y la ética del
embrión, la información extragenética es tan importante como la información
genética, que ella es también constitutiva de la sustantividad humana y que la
constitución de esa sustantividad no se da antes de la organización
(organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir, hasta la
octava semana.
-
Queda claro de esta manera que quien siga esta
teoría puede sostener razonablemente que la interrupción del embrión antes de la octava semana no puede ser
considerada como atentado contra la vida humana, ni pueden considerarse
abortivos aquellos métodos anticonceptivos que impiden el desarrollo
embrionario antes de esa fecha. Esto es lo que, por lo menos, defienden no pocos
científicos de primer orden (Diego Gracia, A. García-Bellido, Alonso Bedate,
J.M. Genis-Gálvez, etc.).
Esta hipótesis,
suficientemente demostrada permite, a quien se apoya en ella, defender como no
atentatorias contra la vida y como respetuosas de la vida aquellas acciones que
se producen en el proceso constituyente del embrión antes de constituirse en
feto, es decir, en estructura clausurada.
La teoría expuesta modifica
notablemente muchos puntos de vista y
establece un punto de partida común
para entendemos, para orientar la conciencia de los ciudadanos, para fijar el
momento del derecho a la vida del prenacido y para legislar con un mínimo de
inteligencia, consenso y obligatoriedad para todos ante el conflicto de
situaciones concretas.
-
Y en un Estado democrático, ninguna instancia civil o religiosa puede atribuirse el poder
legislativo, como si dimanase de sí
misma al margen de la realidad personal de los
ciudadanos. La ética debe determinarse en cada tiempo mediando la racional y
responsable participación de los ciudadanos, pues la razón con todo el abanico
de sus recursos investigativos es la que, por tratarse de la dignidad humana y
de sus derechos, nos habilita para llegar a ellos, explorarlos, entenderlos,
valorarlos y acordarlos democráticamente.
Por lo mismo, aunque en el
tema del aborto intervengan instancias civiles y religiosas, en este caso desde instancias
científico-éticas se recorre un camino
común, compartible por todos. Sin negar validez a los credos religiosos,
podemos de esta manera convivir acordando entre todos lo mejor y lo más ético
para cualquiera de los problemas que se planteen a toda Comunidad civil.
c)
El tema del celibato opcional: los curas casados
¿Cuál es el problema?
-
A primera vista, son muchos los que consideran que
la cuestión de los curas casados no debiera ni plantearse. El cura es un hombre
y, como para cualquier otro, el derecho
al matrimonio le resulta absolutamente normal y natural. Que en la Iglesia
Católica exista una ley que prohíba a los sacerdotes el matrimonio, es algo que
pertenece al mundo de lo extraño e incomprensible.
-
Para otros, lo de ser cura y casado es algo incompatible. Aspirar a ser cura o
hacerse tal conlleva la exigencia esencial de no casarse. Y eso para toda la
vida. Pretender por lo mismo seguir en el sacerdocio con la voluntad de casarse
es algo contradictorio e inadmisible. Corno consecuencia, no se le debe
permitir el casarse a ninguno que se haya hecho sacerdote, y si esto hace por
cuenta propia, comete un pecado público, un escándalo que debe ser reprobado
con fuertes represiones y marginaciones.
-
Una tercera postura es la que, ateniéndose a los
datos, a la razón y a la historia, no admite bajo ninguna forma que, cuantos
han sido sacerdotes y luego se han casado, sean objeto de implacable desprecio y marginación en la sociedad y en la Iglesia.
Aun en sectores progresistas se advierte la desconfianza y rechazo hacia
aquellos que un día fueron sacerdotes y hoy aparecen casados. Es lo más triste
y lo más sutilmente condicionante del momento actual.
Este hecho resulta
particularmente significativo para cuestionar
y hasta desmentir la conciencia humana con que nosotros, hombres
adelantados del siglo XXI y cristianos renovados del Vaticano II nos
presentamos. Cualquier teólogo, como cualquier persona medianamente informada,
admite hoy la legitimidad -aunque no obligatoriedad- del celibato y también la
legitimidad de un sacerdote casado. Entonces, ¿cómo explicar el poso de tanta
extrañeza, intolerancia, marginación y hasta crueldad como se expresa contra
los sacerdotes que se casan?
Historia y teología nos dan
la clave para una respuesta precisa.
Ni los
prejuicios ni los apriorismos son buenos consejeros para entender correctamente
un problema. Referente a este tema de los curas que quieren casarse, la
historia y la teología ofrecen datos elementales que ayudan a plantear con
seguridad el problema.
-
Según la doctrina de la Iglesia católica el celibato
exigido a los sacerdotes no es una ley
divina, sino disciplinar, según la cual, y sólo a partir del siglo XII, se
establece la obligatoriedad de dicho celibato para los sacerdotes. Esta ley
eclesiástica, tan tardía, no es, pues, ni puede ser presentada como expresión
de un derecho evangélico o apostólico.
-
El hecho de que la obligatoriedad del celibato haya
tenido fuerte y común aplicación en la Iglesia, no demuestra por ello mismo que esa obligatoriedad tenga carácter
absolutamente válido e inmutable. La doctrina y vida de siglos anteriores de la
iglesia muestran lo contrario. Como tampoco puede deducirse que, por el hecho
de haberse declarado obligatorio el celibato sacerdotal, éste carezca de
sentido y se le deba abolir.
-
El momento actual ha puesto de manifiesto, y con una
claridad insoslayable, la crisis de esta
forma histórica de imponer el celibato. Es decir, en la conciencia de la
Iglesia han operado una serie de factores que han contribuido a dilucidar lo
que de verdad es y pertenece a un celibato evangélico y lo que es y pertenece a
otro terreno de exigencias y motivaciones históricas distintas.
No hay duda de que el
celibato como una opción a dedicarse plenamente a anunciar y vivir el
Evangelio, en la línea del seguimiento de Jesús de Nazaret, puede representar
una forma de vida no sólo legítima,
sino humanizante, comprometida y
liberadora. Tal opción debe ir hecha, obviamente, desde el amor y puede
llegar a apoderarse de tal forma de la persona que deja a ésta colmada, casi
sin tiempo ni espacio para realizarse
desde el proyecto concreto de la vida matrimonial.
Pero, esto es una opción libre, absolutamente voluntaria,
que no parte de ninguna carencia, coacción o impotencia física, sino de una
decisión moral, consciente y gratuita, en vistas a proseguir e implantar en
este mundo el Reino de Dios. En el
centro de esta opción está la polarización de la existencia entera a un
proyecto, valioso y sumamente importante, del que deriva como una consecuencia
la exclusión del proyecto matrimonial. Esta forma de vida ha existido siempre
en la Iglesia, ha sido asumida por unos u otros cristianos y puede ir asociada
al ministerio sacerdotal. Pero lo que ya no parece aceptable es que esta
decisión se la quiera incrementar y asegurar a través de una ley y, sobre todo,
hacerla imperativa y obligatoria para cuantos decidan hacerse sacerdotes.
Entonces, automáticamente y sin fundamento, se cierra el camino para cuantos
desean hacerse sacerdotes, pero sin renunciar al matrimonio.
-
El hecho de que hoy en la Iglesia se haga una crítica a la ley disciplinar
existente no es una manía ni una arbitrariedad. Lo que la conciencia eclesial
actual discute es la obligatoriedad del celibato y la necesidad inexcusable del
mismo para cuantos desean ser sacerdotes. La discusión resulta, a este
respecto, necesaria y clarificadora, pues precisa, por una parte, el
significado del verdadero celibato y pone el descubierto, por otra, las
sinrazones del celibato obligatorio.
Afortunadamente, avanza el
convencimiento de que el celibato sacerdotal es legítimo y lleno de sentido,
pero libre y no exigible como condición esencial para quien desee ser
sacerdote. También es normal el convencimiento de que el celibato no debe ser
apetecido ni justificado como una forma de vida superior al matrimonio.
Es en este terreno donde la
nueva cultura antropológica y teológica ha operado sus más profundos cambios.
Ciertas causas que daban base a la obligatoriedad y excelencia del celibato hoy
quedan desvanecidas. ¿Quién puede sostener hoy, de un modo serio, que la vida corporal y sexual representa la
zona más indigna y pervertida de la existencia? ¿Quién puede señalar a la mujer, por contraposición al varón,
como un ser más débil, impuro, proclive al mal y, por ende, inferior, más
necesitado de tutela y sumisión?
-
El argumento
tradicional ha dejado de correr y de tener sentido. Decía: El matrimonio no
es posible sin la mujer y sin el ejercicio de la sexualidad. Es así que una y
otra están afectadas de debilidad, impureza y pecado, luego no pueden asociarse
al ser y ejercicio del sacerdocio, por ser en sí mismo puro y santo.
Una lectura directa del
Evangelio obliga a desenterrar el largo suelo de nuestra cultura y descubrir
cuanto en ella subyace de dualismo
oriental, semita y grecorromano, que contrapone el alma y cuerpo como
enemigos y declara a aquélla como reina y a éste como esclavo. ¿Sobre qué
razones -puramente masculinas y machistas- se ha pretendido una y otra vez
asentar la mayor indignidad, peligrosidad y culpabilidad de la mujer?
El miedo a perder el poder
Son muchos los
que afirman con naturalidad la belleza y validez del celibato evangélico.
Pero no son menos los que piensan que, tras el muro de una jerarquía célibe y
autoritaria, se esconde un afán de
dominio y poder, que se pretende guardar celosamente a través de un
sacerdocio exclusivamente masculino y célibe.
De hecho, la
práctica está demostrando cuán difícil resulta la renovación decretada por el
Concilio Vaticano II, de cara a una nueva estructuración de la Iglesia en la
que se establezca la prioridad de la
comunidad sobre la jerarquía, la esencial
igualdad de laicos y clérigos, la
idéntica dignidad entre varón y mujer, la actitud básica de apertura, respeto, servicio y diálogo con el
mundo.
Jesús de Nazaret dedicó toda su vida, desde
una opción célibe, a anunciar el Reino de Dios. Con ello no obligó a sus
inmediatos seguidores -los apóstoles- a que siguieran también célibes, ni tampoco a los que iban a hacerlo
posteriormente. Pero ciertamente expresó con su vida una modalidad singular y
llena de sentido que quedaba como una
opción esforzada y comprometida para cuantos, libremente, quisieran
embarcarse en una misma tarea. Pero tanto para unos como para otros dejaba
trazado, con idéntica fuerza, el camino del seguimiento: vivir como El, luchar
por lo que El luchó y morir si fuera preciso, sin olvidar la justicia y la
fraternidad, colocándose siempre en el lado y ámbito de los más pobres,
enfrentando a los poderes dominantes y opresores de este mundo, desde una
actitud interna de sinceridad, libertad, coherencia, sencillez y servicio. Y
eso es lo verdaderamente importante y a ello tiene que conducir la vida, casada
o célibe, de sus seguidores.
d) El tema de la
ordenación sacerdotal de la mujer
“Creo que aún
no hemos hecho una teología profunda de la mujer en la Iglesia. En cuanto a la
ordenación de las mujeres la Iglesia ha hablado ciertamente y
dice no. Lo ha dicho Juan Pablo II, pero con una formulación definitiva. Esa
puerta está cerrada. Pero quiero decirles algo: la mujer en la Iglesia es más
importante que los obispos y los curas. ¿Cómo? Esto es lo que debemos
tratar de explicar mejor. Creo que falta
una explicación teológica sobre esto” (En
el encuentro con los periodistas en el avión).
¡Esa es una puerta cerrada! Ciertamente lo
es desde hace más de 20 siglos y lo sigue siendo. Pero, en el hoy del siglo
XXI, es momento de preguntarse por qué está cerrada y si hay motivos para que siga
cerrada.
Todos
entendemos que haya podido ser así por razones de una situación histórico-cultural
muy distinta a la nuestra. Situación que ha perdurado hasta hoy, pero no porque
fuera una tradición “divino-apostólica” sino por ser una praxis introducida
desde el principio por motivos hoy bien conocidos y explicables, pero que en
modo alguno permitan elevar esta praxis a categoría divina y deducir que la no
ordenación de la mujer “forma parte de la constitución divina de la Iglesia”.
Las diferencias entre varón y mujer no son razón para someter la mujer al
dominio del varón y excluirla de algunas tareas eclesiales.
La Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II
(30 de mayo de 1994), no aporta nada nuevo, su enseñanza estaba incluida en
documentos anteriores, sobre todo en la Declaración del Papa Pablo VI Inter insigniores de 1976. Ni cuestiona
para nada las investigaciones históricas o bíblicas. Juan Pablo II tuvo, es
cierto, la voluntad de zanjar definitivamente la cuestión entre los fieles de
la Iglesia católica. Pero, de inmediato, muchos comentaristas católicos le
replicaron que esta es una cuestión abierta, una doctrina ajena a la Escritura
y una verdad no revelada. Por todo ello, no ha podido ser propuesta como una
verdad de fe, ni definida como una verdad de magisterio infalible o
ex-cathedra.
Los argumentos
aducidos por la Carta son más que
débiles: el hecho de que Jesús eligiera entonces
únicamente a varones, no quiere decir que lo hiciera exclusivamente y para siempre. Esa exclusión a perpetuidad no va
incluida en la acción de Jesús. Muchos teólogos y teólogas han probado que no existen
objeciones dogmáticas para la admisión de la mujer a la ordenación sacerdotal.
Y los obispos alemanes advirtieron al Papa de la “no oportunidad” de la
publicación de esa Carta. No es objeto de esta declaración entrar a describir
la enorme literatura teológica que siguió a la publicación de la Carta. Pero
queremos destacar algunos aspectos fundamentales.
-
El sacerdocio más que un derecho personal es una vocación y un servicio a Dios y a la
Iglesia. Y queda fuera de toda duda que excluir a la mujer por razón de su
sexo del ministerio sacerdotal supone de hecho una grave discriminación dentro
de la Iglesia. Cristo no excluyó a la mujer del sacerdocio. Dios no hace
distinción de personas.
-
Como muy bien ha escrito el teólogo Domiciano
Fernández: “En la Iglesia católica se ha decidido desde arriba, entre las Congregaciones romanas y el Papa. No
se ha tenido suficientemente en cuenta las opiniones de las diferentes
Conferencias Episcopales y de los sínodos
de los obispos celebrados en Roma. Con los documentos pontificios por delante, se ha limitado la libertad de
reflexión y de expresión de las Iglesias locales y de los teólogos” (Ministerios de la mujer en la Iglesia,
Nueva Utopía, 2002, pg. 235).
Es precisamente este
teólogo, que murió sin que le dejaran publicar su libro. En opinión de teólogos
que lo han leído, es un libro espléndido para conocer a fondo esta cuestión,
por su rigurosa documentación histórica y por su mesura e imparcialidad en
valorar las razones de una y otra parte.
Citamos como conclusión
estas sus palabras: “Mi actitud fue desde el principio la de estudiar e
investigar estas cuestiones sin prejuicios y sin tomar partido de antemano por
ninguna opción concreta, sobre todo en el problema de la posible o no posible
ordenación de la mujer. Sin prisas y sin intereses personales de ninguna clase,
comencé a estudiar la cuestión de la Sagrada Escritura y en la tradición de la
Iglesia, valiéndome las monografías y amplios estudios que han hecho otros
autores sobre estos temas y confrontando las fuentes siempre que me fue
posible. Pronto me convencí de que no
existía una dificultad dogmática seria que impida la ordenación sacerdotal
de la mujer. No existen argumentos serios sacados de la Sagrada Escritura,
donde no se plantea esta cuestión. Los argumentos teológicos deducidos de que
el sacerdote representa a Cristo varón y el de alianza nupcial entre Cristo y
su Iglesia (de los que me ocupo en el capítulo VII) no me parecen convincentes.
Los argumentos que con tanta frecuencia han dado los Santos Padres y los
teólogos, fundados en la inferioridad, en la incapacidad y en la impureza de la
mujer, son inadmisibles y nos debieran llenar de vergüenza y sonrojo a los cristianos”
(Ídem, pp. 11 y 12). “Muchos años de estudio no han podido convencer ni a los teólogos ni a los biblistas de que
sea expresa voluntad de Cristo excluir a
las mujeres del ministerio ordenado. Los ministerios los ha creado la
Iglesia según las necesidades de los tiempos y según la cultura de la época.
Han cambiado y siguen cambiando.
Lo que los biblistas y
teólogos rechazan y no ven oportuno ni
conveniente es que se quiera zanjar de un modo definitivo la cuestión de
principio, cuando no hay argumentos válidos
que fundamenten esta decisión. Una decisión del Papa no puede convertir
en palabra revelada lo que realmente no lo es. Es un anacronismo invocar el
ejemplo de Cristo o de los apóstoles para deducir que se trata de una verdad
que pertenece al “depositum fidei”. Y si no se trata de una verdad revelada, el
Papa no tiene autoridad para proclamarla como infalible o como verdad de fe. Me
parece esencial que haya más diálogo, más libertad, más espíritu de comunión. Que
Roma no se limite a proclamar verdades y dar órdenes. Es necesario escuchar lo
que otros dicen. Escuchar para reflexionar y aprender, y no sólo para enseñar. Es
importante descubrir lo que Dios nos habla a través de los signos de los
tiempos” (Ídem, pp. 271-272).
e) El tema de los
divorciados en la Iglesia
“La misericordia es más grande para el caso de los
divorciados. El cambio de época, unido a otros problemas de la Iglesia, ha dejado
muchos heridos. Si el Señor no se cansa de perdonar, nosotros no tenemos más
elección que ésta. Y la Iglesia es
madre, debe encontrar misericordia para
todos. Los divorciados sí pueden hacer la comunión, esto hay que mirarlo en
la totalidad de la pastoral matrimonial. Será uno de los temas a consultar con los ocho cardenales. Es
además un tema antropológico y también lo es el problema judicial de la nulidad
de los matrimonios. Todo esto habremos de revisar” (En el encuentro con los periodistas en el avión).
Viejo tema éste que debiera haber recibido ya
solución, de haber atendido las enseñanzas de Jesús. El matrimonio, como realidad
humana, existencial, puede presentar dificultades, crisis, incompatibilidades,
hasta rupturas. Para estos casos, es donde Jesús habla de no ser crueles e hipócritas ensalzando hasta el absoluto una ley
con detrimento de otras leyes. El propone el proyecto del matrimonio
indisoluble, como un proyecto ideal, una meta a conseguir, la mejor. Pero, sin
perder de vista la condición humana que, por su debilidad e incorregibilidad,
puede en ocasiones hacer imposible el logro de ese ideal.
En tal caso, no
se puede seguir afirmando que la indisolubilidad es una norma siempre
inderogable. La situación de millares y
millares de católicos, divorciados y recasados civilmente, es un grito contra
ciertas normas que los condena a vivir fuera de la Iglesia. La connatural
libertad y riesgo que acompaña a todo matrimonio hace que no se lo pueda
considerar como absolutamente indisoluble y que, llegado el caso de un fracaso
serio, se lo pueda enmendar iniciando un nuevo camino. Es un derecho obvio, aunque relativo y
condicionado. Y, en este caso, la Iglesia no puede limitarse a dar una solución
excepcional para seres excepcionales.
“Todo católico tiene el derecho y la necesidad de
recibir la Sagrada Comunión. Todos tienen necesidad de participar activamente
en la celebración eucarística, el acto central
de la Iglesia católica y a la vez el signo de unidad con Cristo. Tienen
derecho a ser recibido con los brazos abiertos y sinceras muestras de
bienvenida, en el seno de la comunidad católica y a tomar parte activa
plenamente en las tarea s de la comunidad” (S. Keller, ¿Divorcio y nuevo
matrimonio entre católicos?, Sal Tarrae, Santander, 1976, 7-8).
En el año 1980, nueve teólogos españoles (José
Alonso Díaz, José María Díez Alegría, Casiano Floristan, Benjamín Forcano, José
I.González Faus, Gregorio Ruiz, Fernando Urbina, Rufino Velasco, Marciano
Vidal) hicieron público un documento “Preguntas de unos teólogos a sus
obispos”, con ocasión de su publicación “Instrucción” civil sobre el divorcio. Dichos
teólogos destacaban que los obispos:
-
No habían
tenido en cuenta el sentir real de su comunidad católica,
-
Haberse preocupado
únicamente del divorcio como si se tratara de una ley meramente civil y
política.
-
Haber dado a
entender que para los católicos no hay ninguna posibilidad de divorcio y ésta
era doctrina que debía permanecer inmutable.
Y decían los teólogos:
”Por
supuesto que nosotros no ponemos en duda la doctrina de la Iglesia
sobre la indisolubilidad del matrimonio tal como aparece en la revelación de
Jesús. Está claro que el modelo de matrimonio que Jesús anuncia y exige, como
conforme a la voluntad divina, es el matrimonio monogámico, indisoluble y que,
fundado en un verdadero amor, tiende a hacerse realmente exclusivo, total e
incondicional para toda la vida.
Pero esta doctrina de Jesús
debe proponer como un ideal y una meta
hacia la que debe aproximarse toda pareja, sin excluir riesgos, equivocaciones
y fracasos y no como una ley absoluta, con la cual toda pareja, por el hecho
mismo de casarse, se identifica automáticamente, sin posibilidad de conocer
rupturas o incompatibilidades o, por lo menos, incompatibilidades que hagan
inviable esa ley.
Como
católicos deseamos que, en el interior der la Iglesia, se robustezca el derecho
a proponer públicamente lo que se piensa, cuando tal pensamiento es no sólo
sincero sino objetivamente fundado, serio, y contribuye a esclarecer la verdadera
doctrina de Cristo y a replantear ciertos presupuestos y normas de la Iglesia.
¿Uds. creen personalmente, cada uno, que la actual disciplina de la Iglesia
sobre este punto es la propia del Evangelio, la que responde a la vida y
enseñanza de Jesús? ¿No les parece que la Iglesia debería enfrentarse ahí,
radicalmente consigo misma”? Tenemos que mirar a lo que pasa en nuestra propia
Iglesia, con la realidad de tantos matrimonios fracasados, acaso sin esperanza
de recuperación, y por eso ya prácticamente divorciados, pero canónicamente
condenados”.
Nota sobre
firmantes
Debido a la
urgencia del tiempo, no se ha pretendido contar con la respuesta de otros
autores, que seguramente asumirían el Documento. (Muy a pesar nuestro, el intento de comunicación directa con 8 mujeres
Teólogas no ha podido realizarse a tiempo). Acaso pudiera añadirse una segunda
remesa con nuevos firmantes.
Para nuestro
objetivo, el Documento aporta y refleja fidelidad al espíritu de la Tradición y cultura cristianas, enraizadas en
el Evangelio y puede servir para dialogar y determinar soluciones más acordes
con la investigación y estudios actuales.
2ª parte: RESUMEN – COMENTARIOS por Religión
Digital.
No
pertenece a la Fe de la Iglesia el hecho de mantener intacto un determinado
modelo de familia, propio de un tiempo y de una cultura. Según los evangelios,
Jesús de Nazaret fue profundamente crítico con el modelo de familia de su
tiempo y de su cultura. Por ello, la Asociación
de Teólogas y Teólogos Juan XXIII considera necesario presentar al Sínodo
de Obispos que se está celebrando en Roma las siguientes propuestas:
1.
Creemos que hay que respetar las diferentes
identidades, opciones y orientaciones sexuales como expresión de la pluralidad de formas de vivir la
sexualidad entre los seres humanos. En consecuencia, deben reconocerse en la
Iglesia católica la homosexualidad y los matrimonios homosexuales en igualdad
de condiciones que la heterosexualidad y los matrimonios
heterosexuales. No debe excluirse a las personas cristianas homosexuales de
ninguna tarea, actividad y responsabilidad eclesial como tampoco de la
participación en los sacramentos.
No
parece compaginarse el respeto a las personas no heterosexuales con su
exclusión de determinadas funciones eclesiales, como por ejemplo el ejercer el padrinazgo
en un bautizo o el ministerio
sacerdotal y teológico. Exclusiones ambas que se han producido recientemente en
la diócesis de Cádiz con un transexual y en la Congregación para la Doctrina de
la Fe con un sacerdote homosexual, y que demuestran una clara discriminación
en razón de la orientación sexual y desmienten la idea tan repetida en los
documentos de magisterio eclesiástico de acogida hacia las personas no
heterosexuales.
2.
Creemos que debe revisarse la condena indiscriminada
de la interrupción voluntaria del embarazo por parte del magisterio eclesiástico. Consideramos necesaria la
derogación del canon 1398 del Código de Derecho Canon que decreta la excomunión
para quien produce el aborto, si este se produce, y que es contraria a la
absolución del pecado de aborto decretada por el papa Francisco con motivo del
Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Asimismo debe respetarse el derecho
de las mujeres a decidir en conciencia en esta materia.
3.
No existen razones bíblicas, teológicas, históricas,
pastorales, y menos todavía dogmáticas, para excluir a hombres casados ni a las
mujeres de ninguno de los ministerios eclesiales, ordenados o no ordenados. La igualdad de los cristianos y cristianas por el
bautismo tiene que traducirse en condiciones iguales para hombres y mujeres en
el acceso al ámbito de lo sagrado, en la elaboración de la doctrina teológica y
moral así como en la participación en las responsabilidades eclesiales y en los
órganos directivos, sin discriminación alguna por razones de género, etnia o
clase social. Por ello pedimos se eliminen los obstáculos ideológicos,
culturales y disciplinares de carácter sexista y se lleve a cabo la plena
incorporación de las mujeres en los ámbitos indicados, incluido el acceso al
sacerdocio y al episcopado.
4.
En relación con el divorcio, no existe dogma de fe que
lo impida, como tampoco que prohíba el acceso de las personas separadas o
divorciadas vueltas a casar a la eucaristía. La actual disciplina excluyente en esta materia, quizá comprensible en
el pasado, hoy no tiene justificación y, lejos de acercar a la gente en esas
circunstancia a la comunidad cristiana, la margina, aleja y estigmatiza.
Además, carece de fundamento evangélico. Creemos por ello que el Sínodo
de Obispos debe eliminar tal prohibición, actualmente vigente, y facilitar el
acceso a la comunión eucarística a las personas separadas o divorciadas vueltas
a casar sin imponerles exigencia correctora alguna. Las personas creyentes
somos sujetos morales con capacidad para decidir libremente en conciencia en
este terreno. Dicha decisión debe ser respetada.
5.
Es necesario reconocer los importantes avances
llevados a cabo por el feminismo en la igualdad entre hombres y mujeres y en la
liberación de éstas. A la luz de
estos avances debe revisarse la estructura patriarcal de la doctrina y la
práctica sobre el matrimonio cristiano.
6.
El Sínodo no puede reducirse a las cuestiones
relativas al matrimonio cristiano. Creemos
prioritario que haga un análisis de la situación de pobreza y exclusión social
en la que se encuentran millones de familias, la denuncie proféticamente,
exprese su solidaridad con las familias más vulnerables y contribuya a la
eliminación de las causas de dicha situación desde la opción ético-evangélica
por las personas pobres y marginadas.
3ª parte: IDENTIDAD Y PAÍSES DE LOS 42
FIRMANTES.
Firman esta Declaración:
Xavier Alegre.
Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. España
José Arregi. Teólogo.
España
Olga Lucía Álvarez.
Asociación Presbíteras Católicas Romanas. Colombia
Juan Barreto.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Fernando Bermúdez,
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Leonardo Boff.
Ecoteólogo, miembro del Comité de la Carta de la Tierra y escritor
Ancizar Cadavid
Restrepo. Teólogo. Colombia
José María Castillo.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
José Centeno.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, España
Juan Antonio Estrada.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España.
Máximo García.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Antonio Gil de Zúñiga.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Ivone Gebara. Teóloga y
filósofa. Brasil
Hernández Fajardo Axel.
Profesor Jubilado de la Escuela Ecuménica de las Ciencias de Religiones.
Universidad Nacional. Costa Rica
Rosa María Hernández.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Mary Hunt. Teóloga. Women's Alliance for Theology, Ethics and Ritual
(WATER)
Gabriela Juárez Palacio. Teóloga. Socia Fundadora de Teólogas e
Investigadoras
Rosa Leiva. Federación
Latinoamericana de Presbíteros Casados. Ecuador
Juan Masiá. Teólogo.
Japón
Federico Mayor
Zaragoza. Presidente de la Fundación Cultura de Paz y de la Comisión
Internacional contra la Pena de Muerte. España
Cyprien Melibi. Teólogo
Camerún.
Arnoldo Mora Rodríguez.
Socio Fundador del Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI). Costa Rica.
Mario Mullo. Federación
Latinoamericana de Sacerdotes Casados. Ecuador
Carmiña Navia. Teóloga.
Colombia
Marisa Noriega.
Teóloga. Socia Fundadora de la Asociación Mexicana de Reflexión Teológica
Feminista. México.
Gladys Parentelli.
Auditora en el Concilio Vaticano II. Venezuela
Federico Pastor.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España.
Victorino Pérez Prieto.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Suyapa Pérez Scapini.
Teóloga. El Salvador
Margarita Mª Pintos.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Javier Omar Ruiz
Arroyave. Activista. Masculinidades Liberadoras. Colombia.
José Sánchez Suárez.
Teólogo. Comunidad Teológica de México
Santiago Sánchez
Torrado. Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Fernando Silva.
Asociación de Teólogas y Teólogos de Juan XXIII. España
Aida Soto Bernal.
Asociación Presbíteras Católicas Romanas. Colombia
Juan José Tamayo.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Elsa Tamez. Teóloga y
biblista. México
Andrea Toca. Teóloga.
Socia Fundadora de la Asociación Mexicana de Reflexión Teológica Feminista.
México
Fernando Torres Millán.
Teólogo. Coordinador de Kairós Educativo. Colombia
Olga Vasquez. Teóloga.
El Salvador
Evaristo Villar.
Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España
Juan Yzuel. Asociación
de Teólogas y Teólogos Juan XXIII. España