I G L E S I
A E N
S A L I D A, Wanda Rodríguez
Mangual
Presentación
Jornada celebración 50 años de Medellín- IMDOSOC
Buenos días.
Me
han pedido que reflexione esta mañana sobre lo que significa “Iglesia en
salida”, este concepto que lanza el papa Francisco en su Exhortación Apostólica
Evangelii Gaudium, pero que no es de él propiamente, sino que lo retoma, lo
actualiza y lo relanza, para dar continuidad al proyecto de renovación y
reformas que se propuso el Concilio Vaticano II (CVII) y que quedó inconcluso o
empantanado.
A
lo largo de su pontificado, el Papa Francisco ha ido creando todo un
vocabulario que gira en torno a la misma idea: Iglesia que se mueve, que hace
opción por los últimos, que va a la periferia, que sale de sí misma (1), que
anda por la calle, Iglesia inclusiva, no excluyente, o auto-centrada, no
narcisista, que no vive para sí misma, Iglesia enteramente misionera (EG 34),
hospital de campaña, campo de refugiados… Pero la que ha sonado más es la de
“Iglesia en salida”: “Sueño con una
opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los
estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en
cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para
auto-preservación” (EG 27). (2)
‘EN SALIDA’… DE LA CRISTIANDAD
Me
parece interesante la consigna de “Iglesia en salida”, porque nos evoca como
contraparte, una “iglesia que no sale, encerrada en sí misma”. Detrás del mismo
concepto de iglesia en salida, hay una crítica a una iglesia autocentrada,
auto-referencial; dice el Papa que “hay estructuras eclesiales que pueden
llegar a condicionar un dinamismo evangelizador” (EG 26) (3). Con este concepto
de iglesia en salida, el papa Francisco
toma postura crítica frente a la ideología de la autoreferencialidad que ha
predominado en la Iglesia católica durante siglos y todas las prácticas que se
derivan de ella. (4)
Lo
que tenemos que preguntarnos es ¿de
dónde tiene que salir la Iglesia y hacia
dónde tiene que encaminarse? Para responder a estas interrogantes, es
necesario tener en cuenta el momento histórico que vivimos y que vive el
cristianismo ya que este contexto condiciona la respuesta a estas preguntas. A
manera de síntesis podríamos decir que lo que caracteriza a este momento son
esencialmente dos cosas:
·
Un sistema económico que está generando
cada vez más islas de abundancia en medio de océanos de pobreza, marginación y
exclusión y que además produce daños irreparables a los ecosistemas; y
·
2) Una transformación cultural de dimensiones
globales, (aquí en América Latina, como parte de las consecuencias que ha
generado los procesos de secularización que ha traído la modernidad y pos
modernidad) sobre todo en las sociedades occidentales, causada por el
desarrollo de la ciencia y las tecnologías- las comunicaciones (se podría
hablar de crisis de valores, vacío existencial, violencia y corrupción a todos
los niveles, conciencia ecológica y de los DDHH, migraciones en masa,
globalización del capital financiero-con los desequilibrios económicos y
sociales que produce- aproximación de culturas, y al mismo tiempo choque de
culturas, etc.). (5)
Dentro
de la transformación cultural, encontramos una transformación religiosa nunca antes vista. Con los procesos de
secularización se pensaba que la religión desaparecería, pero no fue así, más
bien se habla del retorno de lo religioso (causado entre muchas cosas, por la
necesidad de sentido, de pertenencia y de dar respuesta a las necesidades
existenciales en torno al sentido de la vida, de la muerte…).
Ahora,
este retorno no significa necesariamente volver a las formas tradicionales de
expresión o vivencia religiosa. De hecho en México cada vez son más los
católicos que abandonan la institución y se van a otros grupos religiosos, más
de tipo pentecostal y fundamentalistas. Todas estas transformaciones
(económicas, tecnológicas, culturales…) que ha generado
primero la modernidad y
luego la posmodernidad (o modernidad líquida como llaman algunos), están
afectando profundamente al cristianismo y a la institución eclesial. Esto
obliga a replantearse todo el quehacer
de la Iglesia, porque en este proceso de cambios acelerados, la Iglesia se
ha visto desplazada socialmente, perdiendo mucho poder de influencia y si nos
atrevemos a ir más a fondo todavía, encontramos que la cultura occidental, por
siglos identificada con el cristianismo (cristiandad), ya no se identifica con
éste, aun cuando todavía se encuentran ciertos vestigios imborrables dentro de
la sociedad secularizada. Ha habido una ruptura
entre el cristianismo y la cultura occidental. (6)
En
América Latina la Iglesia ha desempeñado un papel importante en la conformación
de las sociedades desde el siglo XVI hasta la época actual; pero su
protagonismo ha venido a menos en gran parte del continente a partir de la
segunda mitad del siglo XX, debido a los procesos de secularización. (7) Sin
embargo, no se puede afirmar que el
continente sea profundamente cristiano. Podrá serlo en teoría, en el
discurso, pero no de facto. Es un cristianismo sociológico. La mayoría de los
cristianos en Latinoamérica no están
evangelizados. Millones de hombres y mujeres bautizados en este continente,
por no decir en México, se dicen cristianos sin asociar el cristianismo con
ningún evangelio, con ninguna buena noticia. (8) Y sin relacionar la fe con una
ética social. Según las estadísticas. Nuestro continente es el más violento del
mundo ( ) uno de los más corruptos
( ); uno de los más desiguales. Si
alguna vez recibimos lo esencial del Evangelio como una buena noticia, quedó
sumergido por otros elementos desligados de la fe, que adquirieron importancia
aislada y desproporcionada.
En
Medellín, los obispos se enfocaron
en la realidad de pobreza, marginación, opresión e injusticia que vivían los
pueblos del continente, y al mismo tiempo percibieron el tránsito de las
sociedades agrarias hacia sociedades urbano-industriales. Empezaban a surgir
valores y modos de vida característicos de la modernidad, que los
obispos vieron con ojos críticos, pero no necesariamente negativos. En las
últimas tres Conferencias del Episcopado Latinoamericano, los obispos
desplazaron el foco de atención hacia el mayor desafío de la fe (según ellos): el
proceso de secularización y el secularismo. Partieron de dos premisas
básicas:
·
el sustrato
católico de la identidad de los pueblos Latinoamericanos (9); y
·
que estos pueblos
estaban siendo impactados por una cultura externa (la modernidad), que aunque
tiene algunos elementos positivos, en general resultan alarmantes porque modifican
sustancialmente la vivencia religiosa y la identidad latinoamericana.
Los obispos proponen, que ante la crisis que ha producido la modernidad en
Latinoamérica, la solución es el reposicionamiento de la Iglesia católica y su
mensaje, o sea, una nueva cristiandad. (10)
A
la Iglesia Católica Latinoamericana todavía no le cae el veinte de todas las
consecuencias que supone el desplazamiento que ha tenido la religión y
concretamente la institución eclesial y la ruptura que supone. Por un lado
supone la pérdida de poder, visibilidad e influencia en la configuración de la vida social y en otras
muchas dimensiones de la vida. Por otro, la resistencia que ha mostrado la Iglesia frente al cambio y a la
modernidad, le ha generado antipatías, cuando no rechazo y descalificación;
además de abandono de sus filas de muchos cristianos que ya no se ven
representados ni identificados con la institución. Sin embargo, visto desde
otra perspectiva, más optimista y esperanzadora, este desplazamiento y esta
ruptura podrían ser positivos para el cristianismo y la Iglesia; le podría
permitir situarse frente a la nueva realidad con más libertad y encarar con
nuevos fundamentos la evangelización de la nueva situación cultural a la que se
enfrenta. Aceptar esta situación implica aceptar
el fin del cristianismo sociológico en el que todos nosotros hemos nacido y
vivido. (11)
Para
realizar este salto mortal, la Iglesia tendría que estar dispuesta a salir… porque no se trata de
modificaciones en el lenguaje o de cambiar algunas formas de hacer pastoral… El
cambio cultural y económico que nos arrastra exige de la Iglesia un cambio en la forma de auto-
comprenderse, en las formas institucionales y las mismas expresiones
religiosas. No se trata de simples reformas (aunque estas sean urgentes), ni de
simples adaptaciones; me parece que hay que repensar el cristianismo a partir
de nuevos presupuestos. La situación no es fácil, pues con mucho trabajo y
resistencias, la Iglesia se abrió al diálogo con el mundo de la modernidad en
el CVII, y 53 años después, no ha
logrado abandonar del todo el modelo de cristiandad o neo-cristiandad (por
lo menos aquí en A. L.: “En nuestros días se hace necesario un esfuerzo y un
tacto especial para inculturar el
mensaje de Jesús, de tal manera que los valores cristianos puedan transformar
los diversos núcleos culturales, purificándolos, si fuera necesario, y haciendo
posible el afianzamiento de una cultura cristiana, que renueve, amplíe y
unifique los valores históricos pasados y presentes, para responder así de modo
adecuado a los desafíos de nuestro tiempo” SD 21); y ahora los tiempos le
exigen repensar o recomponer la experiencia cristiana en su totalidad para que
el cristianismo tenga posibilidad de sobrevivir y se vuelva significativo en
una sociedad donde no hay muchas referencias claras y definidas. (12)
No
es la primera vez que la Iglesia se encuentra en una situación de crisis como
esta. Cuando el movimiento de Jesús, con toda la cultura judía que lo suponía,
se enfrentó al mundo cultural helenístico,
fue la totalidad de la experiencia cristiana la que tuvo que ser recreada para
que pudiera ser asumida y comprendida por el nuevo contexto cultural. Lo que
implicó mucho discernimiento, salidas y rupturas con lo anterior. Y después de
aquella primera inculturación (y
quizá única) el cristianismo vivió casi durante veinte siglos dentro de mismo
horizonte cultural. Y en el proceso se fue configurando un cristianismo cuya
solidez sorprende. Pero nada de esto hubiera pasado, si los primeros cristianos
no hubieran tenido la osadía de salir de sus límites judíos… Tuvieron que salir
de unos esquemas rígidos (culturales, geográficos, políticos) y aceptar un nuevo comienzo.
Hoy
la comunidad de seguidores de Jesús está ante un nuevo desafío… después de
tantos siglos se le presenta la misma coyuntura… si quiere seguir siendo
relevante, si quiere ser fiel al mensaje del que es portadora, si quiere ser
fiel al Evangelio, tiene que disponerse al cambio; tiene que abrirse a la
realidad que la interpela; lo que supone transformaciones en su forma de
comprenderse, en sus formas de expresar y celebrar su fe y una nueva configuración
institucional. Y todo esto, no solo para
recuperar visibilidad social, sino su coherencia evangélica. Hoy más que
nunca la Iglesia necesita recuperar credibilidad; ser creíble sólo se logra con
la coherencia; que sus discursos se traduzcan en acciones o signos
verdaderamente salvadores, sanadores y esperanzadores. Lo que se juega la
Iglesia y el cristianismo en este momento histórico, es su identidad histórica. (La LG afirma que la iglesia es “reunión
visible y comunidad espiritual, Iglesia terrestre y comunidad dotada de bienes
celestiales… y que ambas forman una realidad compleja, constituido por un
elemento humano y otro divino…” (LG 8).
Esta
dimensión humana, histórica, que es la visible e institucional, es la que está
en juego. No la dimensión institucional en sí misma (que alude a la estructura
ministerial-apostólica; cuerpo de escritos, sacramentos), sino la forma de estar en este mundo del siglo
XXI (Iglesia constituida y ordenada en este mundo como una sociedad-LG 8).
La Iglesia, como comunidad peregrina en este mundo (LG 6; 8; 9), como sociedad
humana, tiene que ir adaptándose a las nuevas realidades que plantean los
nuevos tiempos. Institución que no se renueva termina por ser irrelevante y disfuncional…
En otras palabras, tenemos que distinguir
la necesaria institucionalidad de la iglesia y la contingencia y variabilidad
histórica de entramado organizativo que sí requiere renovarse y cambiar. (13)
Y esto último es lo que se juega en esta hora histórica.
SALIR PARA DÓNDE
Y
aquí cerramos el paréntesis, y trataremos de responder a la pregunta que nos
hicimos al inicio: ¿De dónde tiene que salir
la Iglesia y hacia dónde tiene que encaminarse
para cumplir su misión histórica?
-
Tiene que salir
de una cultura clerical, (caracterizada, entre otras cosas, por el
privilegio, la separación, el estatus, la actitud narcisista de creerse con
derecho a todo, la prepotencia y arrogancia, liderazgos autoritarios, la
cosmovisión rígidamente jerárquica) (14) a una cultura del diálogo, de la
equidad, de la corresponsabilidad, del respeto…
-
Tiene que salir
de una iglesia fortaleza (que pretende “proteger” a sus fieles de la
contaminación de la modernidad), a una iglesia “hospital de campaña”,
como dice el Papa Francisco, que atienda y acompañe a todas las personas que la
busquen, sin importar su estado civil, moral, género u orientación sexual.
-
Tiene que
transitar hacia una iglesia del cuidado, de la misericordia, de la revolución de la
ternura; y es que una iglesia que se dice ser el cuerpo de Cristo y sacramento
de salvación, debe imitar a su Señor mirando y comprometiéndose con los que
nadie mira, con los que nadie quiere.
-
Tiene que salir
de una institución absolutista, monárquica, centrada en sí misma, rígida,
obsesionada por la ley, que divide a sus miembros en dos categorías (15),
generando desigualdades, hacia una iglesia comunión, pueblo de Dios, en
movimiento, creativa, que confíe en el Espíritu de Dios que acompaña y genera
nuevos carismas, sostiene en las crisis y suscita nuevos caminos y formas de
expresión en la historia.
-
Tiene que salir
de una iglesia que enseña doctrinas y normas, a prácticas de encuentro
afectuoso con las periferias de todo tipo: geográficas, culturales,
existenciales…
-
Tiene que pasar
de una Iglesia que hace opción por los pobres y habla mucho de ellos, a una Iglesia
pobre y que se compromete con los pobres, los abraza, los defiende y
los promueve a través de proyectos transformadores y alternativos que los
empoderen y los dignifiquen.
-
Tiene que salir
del estatus
quo y la complicidad con los partidos políticos y/o las élites del
poder, hacia una iglesia profética, que toma partido a favor
de las víctimas del sistema y que llama por su nombre a los que generan
injusticia. Una Iglesia que busca la reconciliación y la paz; que trabaja para
la reconstrucción del tejido social.
-
Tiene que salir
de una Iglesia ahistórica, con muy poca o ninguna auto-crítica, a una Iglesia
encarnada en el contexto que le está tocando vivir, crítica de sí misma
(en lo que de limitada y contingente tiene como sociedad humana), abierta a
aprender de sus errores, humilde, flexible, con capacidad de adaptación… (16)
-
Tiene que pasar
de una Iglesia encerrada en las cuatro paredes de la parroquia a una
Iglesia que sale a la calle, a la vida cotidiana de la gente; que se
involucra y se compromete en proyectos que construyen oportunidades de
desarrollo y promoción humana, construyen ciudadanía responsable, construyen
justicia social, que generan economías sustentables, que cuidan el medio
ambiente… Ahí donde la realidad se impone, ahí debe estar la iglesia
acompañando y construyendo codo a codo con la comunidad.
-
Tiene que salir
de una pastoral de sucesos, de la improvisación, de centralismo, de
dispersión, de discontinuidad, de competencia, de inmovilismo… hacia una
pastoral de procesos comunitarios, de planificación, de participación, de
enfoque (visión), de colaboración, de flexibilidad ante la realidad cambiante…
(17) De una pastoral que se preocupa por lo cuantitativo, por llenar estadios,
a una pastoral de la calidad, de la profundidad, de tocar la vida concreta de
las personas; hay que transitar hacia la Iglesia casa (sobre todo en
las grandes urbes), a la iglesia de las pequeñas comunidades (18), para poder
generar vínculos, sentido de pertenencia, compañía, inclusión…
Una
iglesia en salida, requiere que el
laicado salga de su posición de inferioridad y dependencia en relación al
clero. Implica desclericalizar a muchos laicos, que han introyectado esta
cultura y modo de ser, generando muchos conflictos al interior de la
comunidades y movimientos eclesiales. Pero implica cuestionar también el
carácter corporativo de la actual organización eclesiástica (la forma en que
está formada o constituida). (19) Generar un laicado con estas capacidades,
implica la formación sistemática y crítica de hombres y mujeres que vayan
transitando hacia la autonomía e independencia, capaces de actuar en la sociedad civil,
como ciudadanos responsables y que vivan
dentro de la sociedad los valores evangélicos. Capaces de colaborar en la
construcción del Reino de Dios desde dentro de la Iglesia y dentro de la
sociedad civil.
Laicos
dispuestos a salir de los confortables límites parroquiales o de sus
movimientos… Todo este dinamismo que genera una Iglesia en salida, tiene que ir
acompañado de grupos o comunidades
fuertes, que oren y se formen juntos, que trabajen en colaboración, pues no
es fácil enfrentarse a una sociedad que promueve por todos los medios los valores
del sistema capitalista. Es casi imposible vivir los valores evangélicos sin el
apoyo de una comunidad fuerte y que sirva de referencia; no en este mundo que
nos está tocando vivir. Realmente es vivir
contracorriente. Implica un estilo de vida contracultural. Y es fácil que
la corriente nos arrastre. (20)
Por
otra parte, es importante señalar que se precisa de un cambio de conciencia por parte de los obispos y sacerdotes. Sin el
reconocimiento de la autoridad eclesial, y sin que ésta le reconozca cierta
autonomía, los laicos/as no encontrarán el espacio necesario para desarrollarse
como iglesia en movimiento. Es muy triste encontrar que la fe y compromiso de
muchos laicos dependa tanto del trato que reciban de sus pastores, o de los
espacios que éstos “generosamente” les ceden. (21)
SIEMPRE HA HABIDO UN ‘IGLESIA EN SALIDA’
Por
otra parte, también es importante señalar, que siempre ha habido laicos
comprometidos, adultos en la fe, que han estado dispuestos a salir de su
confort para comprometerse con el proyecto de Jesús, que impulsa la
construcción de la vida y la lucha por la justicia social. En este sentido,
siempre ha habido una Iglesia en salida. Desde los primeros laicos que buscaron
una vida más en coherencia con las
exigencias evangélicas y que luego se transformaron en monjes, pasando por los
movimientos evangélicos de pobreza voluntaria (como los valdenses y los cátaros
que terminaron considerados como herejes) (22) y el surgimiento de las órdenes
mendicantes, y otros muchos movimientos de renovación eclesial, que se lanzan
hacia las periferias, podemos hablar de una Iglesia siempre en salida, siempre
dispuesta a comprometerse con los pobres y marginados. Porque finalmente el
Espíritu sopla como quiere y cuando quiere.
En
América Latina, con la dinámica que generó Medellín, hubo muchos laicos/as y
sacerdotes, religiosos y religiosas que salieron de sus prácticas tradicionales
y pusieron manos a la obra para construir un nuevo estilo de Iglesia, una iglesia de los pobres y para los
pobres; muchos se comprometieron en las luchas populares, en movimientos
sociales; muchas congregaciones se insertaron en ambientes populares. Muchos
cristianos se involucraron en la política y otros hasta llegaron a
comprometerse en las luchas guerrilleras. El CVII y Medellín suscitó muchas
expectativas y esperanzas, y una dinámica nunca antes vista en el continente.
Estas expectativas y estas dinámicas nuevas y creativas, fueron disminuyendo y
generando mucha frustración a medida que se iba imponiendo la línea dura proveniente
de Roma; hasta que se instaló el invierno eclesial.
Como
consecuencia hubo nuevamente un éxodo, una Iglesia en salida; pero esta vez
fueron miles de cristianos que dejaron de identificarse con la institución
eclesial y se auto exiliaron. Muchos decidieron seguir con su vida cristiana al
margen de la Iglesia; otros muchos buscaron opciones que les fueran
significativas y transitaron hacia sectas y movimientos pentecostales
evangélicos (muchos empujados por la realidad social que se iban imponiendo). Y
otros muchos siguieron comprometidos en el ámbito social y político, pero ya
sin referencia a la institución eclesial. (23)
El
teólogo inglés Pete Ward, habla de una “iglesia
líquida” (usando la idea de modernidad líquida, de Bauman). Para Pete Ward
la iglesia también se vuelve “líquida” y no se identifica con sus instituciones
y estructuras. Ward describe el desarrollo de una eclesialidad líquida
independiente de la “iglesia sólida”. Las nuevas formas líquidas de la iglesia
nacen y crecen de manera informal, espontánea y efímera. Son formas cotidianas de
vivir el Cuerpo de Cristo o Pueblo de Dios, de comunicar la fe, de construir el
Reino; pero no se relacionan de forma explícita con la Iglesia sólida. Ésta sin
embargo, permanece.
La
iglesia líquida es un complemento de la iglesia institucional, sobre todo es
para las personas que no quieren o no pueden identificarse con la iglesia
institucional. Stefan Silber (teólogo alemán, pero con mucha experiencia en
A.L.) retoma el término y lo utiliza para describir la fluidez de la Iglesia de
los laicos en América Latina: dinámica
en sus transformaciones y borrosa en sus límites. Para este teólogo
“iglesia líquida” es una categoría epistemológica, pues ayuda a reconocer y a
entender la iglesia aún fuera de sus límites visibles. (24) Para este teólogo,
la Iglesia de los laicos se conforma ante todo como iglesia líquida: está
insertada y difundida en los contextos seculares y líquidos de nuestro mundo:
presente en movimiento sociales y populares, en instituciones y organizaciones,
hasta en partidos políticos. Están en esos espacios porque quieren vivir su fe
y su compromiso cristiano; así viven su misión.
No
es necesario que estas iglesias líquidas sean organizadas en comunidades
visibles e identificables. Pueden ser redes
virtuales y transitorias de personas individuales. Son personas que desde
sus vocaciones específicas responden a los desafíos de cada momento histórico.
Estos bautizados, que no están dentro de la institución, se relacionan con
otras personas que no necesariamente son cristianos. Lo importante es que
juntas pretenden responder a los
desafíos que presenta la realidad. (25) Existen, para este teólogo, otras
formas de iglesias líquidas, que asumen estructuras más duraderas: laicos
rechazados por sus comunidades eclesiales que no pierden la fe y se atreven a
vivirla en lugares distintos, creando nuevas comunidades, expresiones líquidas
de la Iglesia. (26)
Resumiendo,
se podría afirmar que esta iglesia líquida representa esos espacios creativos que, desde la fe, se abren en las fronteras, en
las márgenes del sistema. Las fronteras tradicionales de la iglesia
institucional se disuelven en la postmodernidad y se abren a nuevas
experiencias cristianas, más incluyentes. Hay que reconocer vientos del
Espíritu que se mueve por donde quiere…
Esta iglesia líquida es expresión de la misión de la iglesia que toma en
serio su compromiso de construir un mundo más humano de acuerdo al proyecto del
Dios de Jesús.
La
lucha por la paz, contra la violencia y los conflictos armados, la preocupación
por las y los migrantes, el cuidado y protección del medio ambiente, la lucha
por los DDHH y muchas áreas más de compromiso político y social, son campos de
movimiento y desarrollo para la Iglesia en la actualidad. Si no prestamos
atención a estas nuevas formas de vida
de la Iglesia, donde los laicos son protagonistas, y si solamente nos
fijamos en su participación en las parroquias, los movimientos e incluso en las
comunidades de base habituales, no podemos reconocer la obra del Espíritu en la
Iglesia en el presente y las transformaciones que la iglesia de los laicos ha
tenido y está teniendo dentro de las sociedades en movimiento. (27) Hay una
parte de la Iglesia que ya está en salida.
El
Papa Francisco nos está urgiendo a ser Iglesia en salida… Para la institución
eclesial, eso supone conversión pastoral (28) en cuatro ámbitos:
1. en la conciencia de la comunidad eclesial;
2. en el ámbito de las relaciones de igualdad y
autoridad;
3. en el ámbito de las acciones y
4. en el ámbito de las estructuras (SD 30).
Sabemos
por los muchos documentos eclesiales del Magisterio, que la Iglesia nunca está
acabada (EN 15; UR 6) y por lo tanto tiene necesidad de renovarse continuamente. El Magisterio latinoamericano y del Caribe
en sintonía con Medellín y Santo Domingo, afirman en Aparecida que la
“conversión pastoral” se entiende como el paso de una pastoral de cristiandad,
de sacramentalización o de conservación, a una pastoral de post-cristiandad,
evangelizadora, “decididamente
misionera”. El papa Francisco quiere una Iglesia renovada capaz de hacer
frente a los nuevos desafíos que presenta la postmodernidad. Esta conversión
pastoral no sólo implica un cambio personal, sino estructural. Y es una
conversión que no busca la visibilización de la iglesia, sino la construcción del Reino de Dios en este
mundo, en el aquí y ahora de la historia. (29) En otras palabras, no se
trata de “convertir” a las personas para que entren a la Iglesia, sino para que
se identifiquen y asuman los valores del Evangelio y puedan así generar
procesos de transformación en todas las áreas de la vida social.
La
realidad socio-económica que vivimos en el continente latinoamericano y en el
Caribe, nos está exigiendo salir a los
caminos donde se juega la vida. Y tenemos que salir ligeros de equipaje,
porque el camino es largo y pesado. Por eso, la opción por los pobres, la lucha
por la justicia y la paz, la defensa de los derechos humanos, la humanización de la vida y de la sociedad,
son parte integrante del anuncio del Evangelio. La salvación pasa por la historia, sin agotarse en ella, por
supuesto. Por eso, lo social, que fue el detonante de la conciencia eclesial
latinoamericana, en los tiempos de Medellín, sigue siendo hoy, junto con lo
cultural y religioso, un elemento inseparable de la praxis eclesial y la
vivencia de la fe.
En
este momento de cambio epocal, si la Iglesia no es capaz de reconfigurarse, de
salir de sus esquemas pre-conciliares, no
encontrará lugar en la sociedad que se avecina. Lo que está en juego es una
verdadera recreación de la figura
histórica del cristianismo. Es la oportunidad única de recrear la experiencia
cristiana a partir de su novedad original.
Este
salto no podrá realizarse sin tomar en cuenta lo que dio origen a su existencia: la referencia a la persona de Jesús como
criterio permanente de lo que es cristiano y la presencia del Espíritu que fue
abriendo caminos y rompiendo esquemas. Es precisamente el Espíritu el que nos
permite mantener la esperanza, resistir y permanecer en medio de tantas
contradicciones. Iglesia en salida es la comunidad que se abre al Espíritu de
Dios, porque confía en su promesa. Una Iglesia del Espíritu.
Notas
1 Audiencia del 23 de marzo
del 2013.
2 Hoornaert, Eduardo, ¿Qué
significa una Iglesia en salida?,
3 Boff, Leonardo, “Papa
Francisco: Iglesia en salida, ¿de dónde y hacia dónde?”, en Koinonía, julio 3,
2015.
4 Hoornaert, ibíd.
5 Palacio, Carlos, “El
cristianismo en América Latina. Discernir el presente para preparar el futuro”,
Revista Latinoamericana de Teología # 372.
6 Palacio, Carlos, íbid.
7 Legorreta, José de Jesús,
Modernidad, secularización e Iglesia en América Latina, Universidad
Iberoamericana, México 2016, p. 15.
8 Segundo, Juan Luis,
Acción pastoral latinoamericana vs motivos ocultos, Ediciones Búsqueda,
Argentina 1972, p. 114.
9 La tesis central del
planteamiento esencialista católico afirma que la identidad latinoamericana se
configuró entre los siglos XVI y XVIII, teniendo como núcleo más profundo el
catolicismo. Esta postura enfatiza una homogeneidad cultural sobre las
diferencia naturales, poniendo como denominador común el cristianismo. Se pasa
por alto las diferencias interculturales y se difuminan las relaciones
asimétricas entre culturas dominantes y las marginadas. Hay que cuestionarse si
la conquista y el sometimiento consiguieron unificar y fundir las diversas
culturas por medio de la religión. Para los obispos, la respuesta es
afirmativa. Cfr. Legorreta, Modernidad, secularización e Iglesia en América Latina,
Universidad Iberoamericana, 2013, pp. 81-82.
10 Legorreta, Íbid.
11 Palacio, Carlos, íbid.
12 Palacio, Carlos, íbid.
13
Estrada, Juan Antonio, “Carisma e institución”, en Nuevo Diccionario de
Teología, Juan José Tamayo (dir.), Trotta 2005, p. 127.
14
Sperry, Len, Sexo, sacerdocio e Iglesia, Sal Terrae, Santander 2004, pp.
108-109.
15
Dijo Pío X: “La Iglesia es, por su propia esencia, una sociedad desigual, es
decir, una sociedad que incluye a dos categorías de personas: los pastores y el
rebaño, los que ocupan un rango en los diferentes grados de la jerarquía y la
multitud de fieles. Y estas categorías son de tal forma distintas entre sí que
únicamente en el cuerpo pastoral residen el derecho y la autoridad necesarios
para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. Por
lo que se refiere a la multitud, no tiene otro derecho sino el dejarse guiar y,
como rebaño fiel, seguir a sus pastores” (Pío X, Vehementer Nos # 8, 11 de
febrero de 1906).
16 Boff, Leonardo, ibíd.
17 Merlos Arroyo,
Francisco, Teología contemporánea del ministerio pastoral, Palabra Ediciones y
Universidad Pontificia de México, 2012, pp. 39-43.
18 Bravo, Benjamín
(coord.), ¿Cómo hacer pastoral urbana?, San Pablo, México 2013, p. 7.
19 Frente a la estructura
sacerdotal del Templo, el movimiento de Jesús optó decididamente por un modelo
laical de organización. Los primeros líderes (obispo, presbítero, diácono) eran
laicos, igual que Jesús. Sólo con el tiempo, el cristianismo fue adoptando las
estructuras del judaísmo y de la sociedad romana dentro de su organización
(Cfr. Juan Antonio Estrada, La identidad de los laicos. Ensayo de eclesiología,
Ediciones Paulinas, 1990).
20 Hoornaert, Eduardo,
Íbid.
21 Silber, Stefan,
“Esperanza, crisis y movimiento. La Iglesia de los laicos en América Latina”,
Alternativas 24, 2017, p. 50.
22 Con la consolidación del
feudalismo en el siglo XI se dieron una serie de cambios sociales y económicos,
a los que se sumaron cambios en la espiritualidad. Se tradujeron en una
creciente insatisfacción con las formas tradicionales de entender a Dios y de
vivir cristianamente. En este contexto, la mayoría de las herejías no nacieron
por falta de religiosidad, sino de la búsqueda de una nueva espiritualidad más
y mejor adaptada a las nuevas necesidades y a los nuevos tiempos. Es en este
contexto, donde en el siglo XII, surge el Valdismo, que buscaba alcanzar una
Iglesia de los pobres más auténtica que la Iglesia oficial. Su defensa del derecho
de los laicos a predicar y la petición de unas Escrituras en lengua vernácula
atentaban directamente contra el monopolio religioso del clero. (Cfr. Alvira
Cabrer, Martín, “Movimientos heréticos y conflictos populares en el pleno
Medievo”, en Emilio Mitre Fernández (coord.), El mundo medieval, vol II,
Editorial Trotta, Madrid 20113, pp. 400-406. 23 Vigil, José María, “Libertad a
la intemperie. Sobre la necesaria reforma de la Iglesia católica”.
24 Silber, Stefan, Íbid. 25 Silber, Stefan, íbid. 26 Esta iglesia puede darse en los aspectos
controvertidos de la religiosidad popular (que tiene celebraciones populares al
exterior de los templos y fuera del alcance regulador de la iglesia
institucional). También pueden considerarse iglesia líquida a las “Católicas
por el derecho a decidir”, quienes sin dejar de ser católicas, expresan
disconformidad con la doctrina expresa de la institución eclesial.
27 Silber, Stefan, ibíd.
28 El término “conversión
pastoral” es una categoría teológico-pastoral de la Iglesia latinoamericana y
caribeña, que aparece por primera vez en el documento de Santo Domingo y que
luego es rescatada en Aparecida. Cfr. Brighenti, Agenor, “La conversión
pastoral de la Iglesia. Concepto e indicaciones programáticas”, en Medellín
170, vol. XLIV, enero—abril 2018, pp. 11-38.
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Brighenti, Agenor, “La conversión pastoral de la Iglesia. Concepto e indicaciones
programáticas”, en Medellín 170, vol. XLIV, enero-abril 2018, pp. 18-19.