PROGRESO CATÓLICO IN EXTREMIS, Mary E. Hunt
Escrito por Redaccion
de Iviva, el 16 de abril, 2020.
Mary E. Hunt,
profesora de Teología y cofundadora de Women’s Alliance for Theology,
Ethics and
Ritual (WATER), ha escrito este incisivo artículo en NCR 10 de abril 2020.
Les va a
interesar a las lectoras y lectores de Iglesia
Viva, donde ha escrito ya dos artículos.
IV.
Se ha convertido en un tópico,
a tan sólo tres meses de la pandemia del coronavirus, decir que el mundo no
volverá a ser el mismo. Hemos necesitado una pandemia global para observar que la iglesia católica romana no tiene
alternativa para efectuar muchas de sus prácticas anticuadas. La teología
católica institucional establece que in extremis (Canon 850) cualquiera
puede bautizar de forma válida y lícita. Dado
que el mundo está in extremis, se deduce que pueden y, así está
sucediendo, que estén dándose cambios similares en otros espacios de la vida
eclesial.
La surrealista bendición Urbi
et Orbi del papa Francisco fue un claro
canto del cisne por una época pasada. Gentes inteligentes, incluidas
católicas educadas, me preguntaron qué era una indulgencia plenaria y qué haría
con una si la recibiera. Se trata de una buena pregunta en medio de una grave
crisis sanitaria y económica. En estos momentos, la mayor parte de la gente no
está preocupándose por cuánto tiempo van a permanecer en el purgatorio. ¡Cielo
santo!
La imagen del pontífice
llevando una custodia en medio de la plaza vacía de San Pedro fue un crudo
recuerdo de que el último en salir que
apague las luces. Aunque es probable que él y sus consejeros vaticanos
tuvieran las mejores intenciones, la imagen fue más tremenda, morbosa o, como
la describió un comentarista de televisión, “fantasmagórica”, que
esperanzadora.
Los y las católicas que han
estado pidiendo el cambio estructural de
una iglesia jerárquica hacia comunidades de fe vibrantes han querido
aplanar la curva sin conocer el significado epidemiológico del término. El
modelo de arriba hacia abajo cayó esa noche en el Vaticano cuando la jerarquía
resultó una vez más, y de manera profunda, inadecuado
a las necesidades pastorales de la gente que necesitaba un consuelo que el
ritual del siglo XIII simplemente no proporciona.
Afortunadamente, el buen
sentido pastoral prevalece en muchos lugares. Algunas comunidades religiosas
femeninas están llevando a cabo servicios funerarios sin el subsidio del clero.
Una hermana muere en una casa madre, y un equipo se encarga del velatorio, del
funeral y del entierro. Este equipo, y tal vez algunos amigos cercanos del
difunto (sin exceder los límites de cuántos pueden reunirse legalmente en el
lugar) llevan a cabo una celebración digna de la vida de la persona. Después
del servicio, se dirigen al cementerio para las oraciones finales y el
entierro. Se transmite en directo a las religiosas, a los amigos y familiares a
distancia, proporcionando el mayor consuelo posible.
Por supuesto, esto no
sustituye a aquellas situaciones en las que se está juntos, se cuentan
historias de la persona o se expresa la simpatía con un abrazo. Las
celebraciones más recias seguramente se darán cuando se levanten las
restricciones a las reuniones, pero por ahora han de ser suficiente, y lo son.
Un cambio importante es que no
hay ningún sacerdote varón a la vista, y parece que nadie los eche de menos. La
pregunta es si alguna vez serán llamados de nuevo. Se trata de una pregunta
abierta y creo que, en muchos casos, sé la respuesta. Esto es un cambio, un
avance. Si se generaliza, toda la comunidad podrá pasar del género de los
líderes sacramentales a un enfoque centrado en las necesidades pastorales.
Un replanteamiento total de la eucaristía impide a estos grupos, y a
muchas comunidades de fe locales, participar en la celebración habitual de la
comunión. El hecho de estar in extremis hace que repensar esto sea
urgente, pues a nadie se le debe negar la Eucaristía, especialmente durante el
Triduo Pascual y el tiempo de Pascua. Así como el profesorado ha aprendido a
enseñar a través de Internet en muy poco tiempo, también los católicos pueden
acelerar su curva de aprendizaje teológico. Como un profesor de teología, el
jesuita Tad Guzie, enfatizaba ya hace 50 años, “Una eucaristía sin un sacerdote
es una eucaristía sin un sacerdote”.
En esta Semana Santa se están
ofreciendo todo tipo de opciones
eucarísticas creativas. Aunque, la opción menos atrayente es ver a un
sacerdote masculino confeccionar sagrados misterios en la privacidad de su
propio estudio de vídeo. Muchas personas se quedan frías ante este enfoque
mecánico de lo que, por naturaleza, es un acontecimiento comunitario. Pero las
opciones son la tecla del juego cuando se trata de cambiar, así que si este
modelo hace tañer las campanas de uno, que así sea.
Otros grupos sólo celebran la
Liturgia de la Palabra, “ayunando” de eucaristía porque no tienen un celebrante
ordenado en casa durante el confinamiento. Esto no tiene por qué ser así, pero
llevará aún tiempo educar a la gente para que asuma el lugar que le corresponde
como promotores de su propia espiritualidad. Otra posibilidad es la llamada a
la eucaristía a través de Zoom con diferentes personas que participan
haciendo las lecturas, la predicación y las bendiciones con o sin uno que
presida la eucaristía.
El modelo del Vaticano está en
punto intermedio. La retrasmisión del papa presidiendo el Domingo de Ramos
junto a un pequeño grupo de hombres (vale, vi a dos monjas, pero no tenían un
papel ceremonial) reunidos para cantar y responder, al menos, tenía la
apariencia de una comunidad reunida.
Otra forma, y es la que
prefiero, es la actitud del “hágalo
usted misma”. Esta es la actitud que grupos de mujeres de iglesia y de
otras comunidades eucarísticas han utilizado durante mucho tiempo con
resultados satisfactorios. La comunidad participa en la eucaristía, a veces en
el contexto o seguido de una comida, de forma muy similar a como se cree que funcionaban las primeras comunidades
cristianas. Sin embargo, el requisito ahora de mantener las distancias y de
llevar mascarillas añade desafíos a la coreografía y a los trajes, pero la
eucaristía es siempre un acto de acción de gracias que se realiza “cuando dos o
tres están reunidos en mi nombre” (Mateo 18,20). Estos grupos tienen décadas de experiencia acumulada, mucho
que enseñar y ganas de compartirla.
Así como decimos con creciente
confianza que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus, estoy segura
de que la iglesia católica romana tampoco lo será. La estructura jerárquica y
muchas de sus estrechas formas de
exclusión de la gente, que le permiten conservar el poder, nunca serán ya
aceptables de nuevo, ni tienen tampoco por qué serlo. Si estos primeros días de
la pandemia nos enseñan algo, es a mirar cuidadosamente y hablar con audacia sobre lo que realmente cuenta. In extremis,
como en Dios, todas las cosas son posibles ahora.