sábado, 16 de febrero de 2019

Iglesia en salida... de la cristiandad y de todo lo que queda de ella


I G L E S I A   E N   S A L I D A,  Wanda  Rodríguez  Mangual

Presentación Jornada celebración 50 años de Medellín- IMDOSOC


Buenos días.
Me han pedido que reflexione esta mañana sobre lo que significa “Iglesia en salida”, este concepto que lanza el papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, pero que no es de él propiamente, sino que lo retoma, lo actualiza y lo relanza, para dar continuidad al proyecto de renovación y reformas que se propuso el Concilio Vaticano II (CVII) y que quedó inconcluso o empantanado.
A lo largo de su pontificado, el Papa Francisco ha ido creando todo un vocabulario que gira en torno a la misma idea: Iglesia que se mueve, que hace opción por los últimos, que va a la periferia, que sale de sí misma (1), que anda por la calle, Iglesia inclusiva, no excluyente, o auto-centrada, no narcisista, que no vive para sí misma, Iglesia enteramente misionera (EG 34), hospital de campaña, campo de refugiados… Pero la que ha sonado más es la de “Iglesia en salida”: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para auto-preservación” (EG 27). (2)

‘EN SALIDA’… DE LA CRISTIANDAD
Me parece interesante la consigna de “Iglesia en salida”, porque nos evoca como contraparte, una “iglesia que no sale, encerrada en sí misma”. Detrás del mismo concepto de iglesia en salida, hay una crítica a una iglesia autocentrada, auto-referencial; dice el Papa que “hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador” (EG 26) (3). Con este concepto de iglesia en salida,  el papa Francisco toma postura crítica frente a la ideología de la autoreferencialidad que ha predominado en la Iglesia católica durante siglos y todas las prácticas que se derivan de ella. (4)
Lo que tenemos que preguntarnos es ¿de dónde tiene que salir la Iglesia y hacia dónde tiene que encaminarse? Para responder a estas interrogantes, es necesario tener en cuenta el momento histórico que vivimos y que vive el cristianismo ya que este contexto condiciona la respuesta a estas preguntas. A manera de síntesis podríamos decir que lo que caracteriza a este momento son esencialmente dos cosas:
·         Un sistema económico que está generando cada vez más islas de abundancia en medio de océanos de pobreza, marginación y exclusión y que además produce daños irreparables a los ecosistemas; y
·         2) Una transformación cultural de dimensiones globales, (aquí en América Latina, como parte de las consecuencias que ha generado los procesos de secularización que ha traído la modernidad y pos modernidad) sobre todo en las sociedades occidentales, causada por el desarrollo de la ciencia y las tecnologías- las comunicaciones (se podría hablar de crisis de valores, vacío existencial, violencia y corrupción a todos los niveles, conciencia ecológica y de los DDHH, migraciones en masa, globalización del capital financiero-con los desequilibrios económicos y sociales que produce- aproximación de culturas, y al mismo tiempo choque de culturas, etc.). (5)
Dentro de la transformación cultural, encontramos una transformación religiosa nunca antes vista. Con los procesos de secularización se pensaba que la religión desaparecería, pero no fue así, más bien se habla del retorno de lo religioso (causado entre muchas cosas, por la necesidad de sentido, de pertenencia y de dar respuesta a las necesidades existenciales en torno al sentido de la vida, de la muerte…).
Ahora, este retorno no significa necesariamente volver a las formas tradicionales de expresión o vivencia religiosa. De hecho en México cada vez son más los católicos que abandonan la institución y se van a otros grupos religiosos, más de tipo pentecostal y fundamentalistas. Todas estas transformaciones (económicas, tecnológicas, culturales…) que ha generado
primero la modernidad y luego la posmodernidad (o modernidad líquida como llaman algunos), están afectando profundamente al cristianismo y a la institución eclesial. Esto obliga a replantearse todo el quehacer de la Iglesia, porque en este proceso de cambios acelerados, la Iglesia se ha visto desplazada socialmente, perdiendo mucho poder de influencia y si nos atrevemos a ir más a fondo todavía, encontramos que la cultura occidental, por siglos identificada con el cristianismo (cristiandad), ya no se identifica con éste, aun cuando todavía se encuentran ciertos vestigios imborrables dentro de la sociedad secularizada. Ha habido una ruptura entre el cristianismo y la cultura occidental. (6)
En América Latina la Iglesia ha desempeñado un papel importante en la conformación de las sociedades desde el siglo XVI hasta la época actual; pero su protagonismo ha venido a menos en gran parte del continente a partir de la segunda mitad del siglo XX, debido a los procesos de secularización. (7) Sin embargo, no se puede afirmar que el continente sea profundamente cristiano. Podrá serlo en teoría, en el discurso, pero no de facto. Es un cristianismo sociológico. La mayoría de los cristianos en Latinoamérica no están evangelizados. Millones de hombres y mujeres bautizados en este continente, por no decir en México, se dicen cristianos sin asociar el cristianismo con ningún evangelio, con ninguna buena noticia. (8) Y sin relacionar la fe con una ética social. Según las estadísticas. Nuestro continente es el más violento del mundo (   ) uno de los más corruptos (    ); uno de los más desiguales. Si alguna vez recibimos lo esencial del Evangelio como una buena noticia, quedó sumergido por otros elementos desligados de la fe, que adquirieron importancia aislada y desproporcionada.
En Medellín, los obispos se enfocaron en la realidad de pobreza, marginación, opresión e injusticia que vivían los pueblos del continente, y al mismo tiempo percibieron el tránsito de las sociedades agrarias hacia sociedades urbano-industriales. Empezaban a surgir valores y modos de vida característicos de la modernidad, que los obispos vieron con ojos críticos, pero no necesariamente negativos. En las últimas tres Conferencias del Episcopado Latinoamericano, los obispos desplazaron el foco de atención hacia el mayor desafío de la fe (según ellos): el proceso de secularización y el secularismo. Partieron de dos premisas básicas:
·         el sustrato católico de la identidad de los pueblos Latinoamericanos (9); y
·         que estos pueblos estaban siendo impactados por una cultura externa (la modernidad), que aunque tiene algunos elementos positivos, en general resultan alarmantes porque modifican sustancialmente la vivencia religiosa y la identidad latinoamericana. Los obispos proponen, que ante la crisis que ha producido la modernidad en Latinoamérica, la solución es el reposicionamiento de la Iglesia católica y su mensaje, o sea, una nueva cristiandad. (10)
A la Iglesia Católica Latinoamericana todavía no le cae el veinte de todas las consecuencias que supone el desplazamiento que ha tenido la religión y concretamente la institución eclesial y la ruptura que supone. Por un lado supone la pérdida de poder, visibilidad e influencia en  la configuración de la vida social y en otras muchas dimensiones de la vida. Por otro, la resistencia que ha mostrado la Iglesia frente al cambio y a la modernidad, le ha generado antipatías, cuando no rechazo y descalificación; además de abandono de sus filas de muchos cristianos que ya no se ven representados ni identificados con la institución. Sin embargo, visto desde otra perspectiva, más optimista y esperanzadora, este desplazamiento y esta ruptura podrían ser positivos para el cristianismo y la Iglesia; le podría permitir situarse frente a la nueva realidad con más libertad y encarar con nuevos fundamentos la evangelización de la nueva situación cultural a la que se enfrenta. Aceptar esta situación implica aceptar el fin del cristianismo sociológico en el que todos nosotros hemos nacido y vivido. (11)
Para realizar este salto mortal, la Iglesia tendría que estar dispuesta a salir… porque no se trata de modificaciones en el lenguaje o de cambiar algunas formas de hacer pastoral… El cambio cultural y económico que nos arrastra exige de la Iglesia un cambio en la forma de auto- comprenderse, en las formas institucionales y las mismas expresiones religiosas. No se trata de simples reformas (aunque estas sean urgentes), ni de simples adaptaciones; me parece que hay que repensar el cristianismo a partir de nuevos presupuestos. La situación no es fácil, pues con mucho trabajo y resistencias, la Iglesia se abrió al diálogo con el mundo de la modernidad en el CVII, y 53 años después, no ha logrado abandonar del todo el modelo de cristiandad o neo-cristiandad (por lo menos aquí en A. L.: “En nuestros días se hace necesario un esfuerzo y un tacto especial para inculturar el mensaje de Jesús, de tal manera que los valores cristianos puedan transformar los diversos núcleos culturales, purificándolos, si fuera necesario, y haciendo posible el afianzamiento de una cultura cristiana, que renueve, amplíe y unifique los valores históricos pasados y presentes, para responder así de modo adecuado a los desafíos de nuestro tiempo” SD 21); y ahora los tiempos le exigen repensar o recomponer la experiencia cristiana en su totalidad para que el cristianismo tenga posibilidad de sobrevivir y se vuelva significativo en una sociedad donde no hay muchas referencias claras y definidas. (12)
No es la primera vez que la Iglesia se encuentra en una situación de crisis como esta. Cuando el movimiento de Jesús, con toda la cultura judía que lo suponía, se enfrentó al mundo cultural helenístico, fue la totalidad de la experiencia cristiana la que tuvo que ser recreada para que pudiera ser asumida y comprendida por el nuevo contexto cultural. Lo que implicó mucho discernimiento, salidas y rupturas con lo anterior. Y después de aquella primera inculturación (y quizá única) el cristianismo vivió casi durante veinte siglos dentro de mismo horizonte cultural. Y en el proceso se fue configurando un cristianismo cuya solidez sorprende. Pero nada de esto hubiera pasado, si los primeros cristianos no hubieran tenido la osadía de salir de sus límites judíos… Tuvieron que salir de unos esquemas rígidos (culturales, geográficos, políticos) y aceptar un nuevo comienzo.
Hoy la comunidad de seguidores de Jesús está ante un nuevo desafío… después de tantos siglos se le presenta la misma coyuntura… si quiere seguir siendo relevante, si quiere ser fiel al mensaje del que es portadora, si quiere ser fiel al Evangelio, tiene que disponerse al cambio; tiene que abrirse a la realidad que la interpela; lo que supone transformaciones en su forma de comprenderse, en sus formas de expresar y celebrar su fe y una nueva configuración institucional. Y todo esto, no solo para recuperar visibilidad social, sino su coherencia evangélica. Hoy más que nunca la Iglesia necesita recuperar credibilidad; ser creíble sólo se logra con la coherencia; que sus discursos se traduzcan en acciones o signos verdaderamente salvadores, sanadores y esperanzadores. Lo que se juega la Iglesia y el cristianismo en este momento histórico, es su identidad histórica. (La LG afirma que la iglesia es “reunión visible y comunidad espiritual, Iglesia terrestre y comunidad dotada de bienes celestiales… y que ambas forman una realidad compleja, constituido por un elemento humano y otro divino…” (LG 8).
Esta dimensión humana, histórica, que es la visible e institucional, es la que está en juego. No la dimensión institucional en sí misma (que alude a la estructura ministerial-apostólica; cuerpo de escritos, sacramentos), sino la forma de estar en este mundo del siglo XXI (Iglesia constituida y ordenada en este mundo como una sociedad-LG 8). La Iglesia, como comunidad peregrina en este mundo (LG 6; 8; 9), como sociedad humana, tiene que ir adaptándose a las nuevas realidades que plantean los nuevos tiempos. Institución que no se renueva termina por ser irrelevante y disfuncional… En otras palabras, tenemos que distinguir la necesaria institucionalidad de la iglesia y la contingencia y variabilidad histórica de entramado organizativo que sí requiere renovarse y cambiar. (13) Y esto último es lo que se juega en esta hora histórica.

SALIR PARA DÓNDE
Y aquí cerramos el paréntesis, y trataremos de responder a la pregunta que nos hicimos al inicio: ¿De dónde tiene que salir la Iglesia y hacia dónde tiene que encaminarse para cumplir su misión histórica?

-          Tiene que salir de una cultura clerical, (caracterizada, entre otras cosas, por el privilegio, la separación, el estatus, la actitud narcisista de creerse con derecho a todo, la prepotencia y arrogancia, liderazgos autoritarios, la cosmovisión rígidamente jerárquica) (14) a una cultura del diálogo, de la equidad, de la corresponsabilidad, del respeto…
-          Tiene que salir de una iglesia fortaleza (que pretende “proteger” a sus fieles de la contaminación de la modernidad), a una iglesia “hospital de campaña”, como dice el Papa Francisco, que atienda y acompañe a todas las personas que la busquen, sin importar su estado civil, moral, género u orientación sexual.
-          Tiene que transitar hacia una iglesia del cuidado, de la misericordia, de la revolución de la ternura; y es que una iglesia que se dice ser el cuerpo de Cristo y sacramento de salvación, debe imitar a su Señor mirando y comprometiéndose con los que nadie mira, con los que nadie quiere. 
-          Tiene que salir de una institución absolutista, monárquica, centrada en sí misma, rígida, obsesionada por la ley, que divide a sus miembros en dos categorías (15), generando desigualdades, hacia una iglesia comunión, pueblo de Dios, en movimiento, creativa, que confíe en el Espíritu de Dios que acompaña y genera nuevos carismas, sostiene en las crisis y suscita nuevos caminos y formas de expresión en la historia.
-          Tiene que salir de una iglesia que enseña doctrinas y normas, a prácticas de encuentro afectuoso con las periferias de todo tipo: geográficas, culturales, existenciales…
-          Tiene que pasar de una Iglesia que hace opción por los pobres y habla mucho de ellos, a una Iglesia pobre y que se compromete con los pobres, los abraza, los defiende y los promueve a través de proyectos transformadores y alternativos que los empoderen y los dignifiquen.
-          Tiene que salir del estatus quo y la complicidad con los partidos políticos y/o las élites del poder, hacia una iglesia profética, que toma partido a favor de las víctimas del sistema y que llama por su nombre a los que generan injusticia. Una Iglesia que busca la reconciliación y la paz; que trabaja para la reconstrucción del tejido social.
-          Tiene que salir de una Iglesia ahistórica, con muy poca o ninguna auto-crítica, a una Iglesia encarnada en el contexto que le está tocando vivir, crítica de sí misma (en lo que de limitada y contingente tiene como sociedad humana), abierta a aprender de sus errores, humilde, flexible, con capacidad de adaptación… (16)
-          Tiene que pasar de una Iglesia encerrada en las cuatro paredes de la parroquia a una Iglesia que sale a la calle, a la vida cotidiana de la gente; que se involucra y se compromete en proyectos que construyen oportunidades de desarrollo y promoción humana, construyen ciudadanía responsable, construyen justicia social, que generan economías sustentables, que cuidan el medio ambiente… Ahí donde la realidad se impone, ahí debe estar la iglesia acompañando y construyendo codo a codo con la comunidad.
-          Tiene que salir de una pastoral de sucesos, de la improvisación, de centralismo, de dispersión, de discontinuidad, de competencia, de inmovilismo… hacia una pastoral de procesos comunitarios, de planificación, de participación, de enfoque (visión), de colaboración, de flexibilidad ante la realidad cambiante… (17) De una pastoral que se preocupa por lo cuantitativo, por llenar estadios, a una pastoral de la calidad, de la profundidad, de tocar la vida concreta de las personas; hay que transitar hacia la Iglesia casa (sobre todo en las grandes urbes), a la iglesia de las pequeñas comunidades (18), para poder generar vínculos, sentido de pertenencia, compañía, inclusión…

Una iglesia en salida, requiere que el laicado salga de su posición de inferioridad y dependencia en relación al clero. Implica desclericalizar a muchos laicos, que han introyectado esta cultura y modo de ser, generando muchos conflictos al interior de la comunidades y movimientos eclesiales. Pero implica cuestionar también el carácter corporativo de la actual organización eclesiástica (la forma en que está formada o constituida). (19) Generar un laicado con estas capacidades, implica la formación sistemática y crítica de hombres y mujeres que vayan transitando hacia la autonomía e independencia, capaces de actuar en la sociedad civil, como ciudadanos responsables  y que vivan dentro de la sociedad los valores evangélicos. Capaces de colaborar en la construcción del Reino de Dios desde dentro de la Iglesia y dentro de la sociedad civil.
Laicos dispuestos a salir de los confortables límites parroquiales o de sus movimientos… Todo este dinamismo que genera una Iglesia en salida, tiene que ir acompañado de grupos o comunidades fuertes, que oren y se formen juntos, que trabajen en colaboración, pues no es fácil enfrentarse a una sociedad que promueve por todos los medios los valores del sistema capitalista. Es casi imposible vivir los valores evangélicos sin el apoyo de una comunidad fuerte y que sirva de referencia; no en este mundo que nos está tocando vivir. Realmente es vivir contracorriente. Implica un estilo de vida contracultural. Y es fácil que la corriente nos arrastre. (20)
Por otra parte, es importante señalar que se precisa de un cambio de conciencia por parte de los obispos y sacerdotes. Sin el reconocimiento de la autoridad eclesial, y sin que ésta le reconozca cierta autonomía, los laicos/as no encontrarán el espacio necesario para desarrollarse como iglesia en movimiento. Es muy triste encontrar que la fe y compromiso de muchos laicos dependa tanto del trato que reciban de sus pastores, o de los espacios que éstos “generosamente” les ceden. (21)

SIEMPRE HA HABIDO UN ‘IGLESIA EN SALIDA’
Por otra parte, también es importante señalar, que siempre ha habido laicos comprometidos, adultos en la fe, que han estado dispuestos a salir de su confort para comprometerse con el proyecto de Jesús, que impulsa la construcción de la vida y la lucha por la justicia social. En este sentido, siempre ha habido una Iglesia en salida. Desde los primeros laicos que buscaron una vida más en coherencia con las exigencias evangélicas y que luego se transformaron en monjes, pasando por los movimientos evangélicos de pobreza voluntaria (como los valdenses y los cátaros que terminaron considerados como herejes) (22) y el surgimiento de las órdenes mendicantes, y otros muchos movimientos de renovación eclesial, que se lanzan hacia las periferias, podemos hablar de una Iglesia siempre en salida, siempre dispuesta a comprometerse con los pobres y marginados. Porque finalmente el Espíritu sopla como quiere y cuando quiere.
En América Latina, con la dinámica que generó Medellín, hubo muchos laicos/as y sacerdotes, religiosos y religiosas que salieron de sus prácticas tradicionales y pusieron manos a la obra para construir un nuevo estilo de Iglesia, una iglesia de los pobres y para los pobres; muchos se comprometieron en las luchas populares, en movimientos sociales; muchas congregaciones se insertaron en ambientes populares. Muchos cristianos se involucraron en la política y otros hasta llegaron a comprometerse en las luchas guerrilleras. El CVII y Medellín suscitó muchas expectativas y esperanzas, y una dinámica nunca antes vista en el continente. Estas expectativas y estas dinámicas nuevas y creativas, fueron disminuyendo y generando mucha frustración a medida que se iba imponiendo la línea dura proveniente de Roma; hasta que se instaló el invierno eclesial.
Como consecuencia hubo nuevamente un éxodo, una Iglesia en salida; pero esta vez fueron miles de cristianos que dejaron de identificarse con la institución eclesial y se auto exiliaron. Muchos decidieron seguir con su vida cristiana al margen de la Iglesia; otros muchos buscaron opciones que les fueran significativas y transitaron hacia sectas y movimientos pentecostales evangélicos (muchos empujados por la realidad social que se iban imponiendo). Y otros muchos siguieron comprometidos en el ámbito social y político, pero ya sin referencia a la institución eclesial. (23)
El teólogo inglés Pete Ward, habla de una “iglesia líquida” (usando la idea de modernidad líquida, de Bauman). Para Pete Ward la iglesia también se vuelve “líquida” y no se identifica con sus instituciones y estructuras. Ward describe el desarrollo de una eclesialidad líquida independiente de la “iglesia sólida”. Las nuevas formas líquidas de la iglesia nacen y crecen de manera informal, espontánea y efímera. Son formas cotidianas de vivir el Cuerpo de Cristo o Pueblo de Dios, de comunicar la fe, de construir el Reino; pero no se relacionan de forma explícita con la Iglesia sólida. Ésta sin embargo, permanece.
La iglesia líquida es un complemento de la iglesia institucional, sobre todo es para las personas que no quieren o no pueden identificarse con la iglesia institucional. Stefan Silber (teólogo alemán, pero con mucha experiencia en A.L.) retoma el término y lo utiliza para describir la fluidez de la Iglesia de los laicos en América Latina: dinámica en sus transformaciones y borrosa en sus límites. Para este teólogo “iglesia líquida” es una categoría epistemológica, pues ayuda a reconocer y a entender la iglesia aún fuera de sus límites visibles. (24) Para este teólogo, la Iglesia de los laicos se conforma ante todo como iglesia líquida: está insertada y difundida en los contextos seculares y líquidos de nuestro mundo: presente en movimiento sociales y populares, en instituciones y organizaciones, hasta en partidos políticos. Están en esos espacios porque quieren vivir su fe y su compromiso cristiano; así viven su misión.
No es necesario que estas iglesias líquidas sean organizadas en comunidades visibles e identificables. Pueden ser redes virtuales y transitorias de personas individuales. Son personas que desde sus vocaciones específicas responden a los desafíos de cada momento histórico. Estos bautizados, que no están dentro de la institución, se relacionan con otras personas que no necesariamente son cristianos. Lo importante es que juntas pretenden responder a los desafíos que presenta la realidad. (25) Existen, para este teólogo, otras formas de iglesias líquidas, que asumen estructuras más duraderas: laicos rechazados por sus comunidades eclesiales que no pierden la fe y se atreven a vivirla en lugares distintos, creando nuevas comunidades, expresiones líquidas de la Iglesia. (26)
Resumiendo, se podría afirmar que esta iglesia líquida representa esos espacios creativos que, desde la fe, se abren en las fronteras, en las márgenes del sistema. Las fronteras tradicionales de la iglesia institucional se disuelven en la postmodernidad y se abren a nuevas experiencias cristianas, más incluyentes. Hay que reconocer vientos del Espíritu que se mueve por donde quiere…  Esta iglesia líquida es expresión de la misión de la iglesia que toma en serio su compromiso de construir un mundo más humano de acuerdo al proyecto del Dios de Jesús. 
La lucha por la paz, contra la violencia y los conflictos armados, la preocupación por las y los migrantes, el cuidado y protección del medio ambiente, la lucha por los DDHH y muchas áreas más de compromiso político y social, son campos de movimiento y desarrollo para la Iglesia en la actualidad. Si no prestamos atención a estas nuevas formas de vida de la Iglesia, donde los laicos son protagonistas, y si solamente nos fijamos en su participación en las parroquias, los movimientos e incluso en las comunidades de base habituales, no podemos reconocer la obra del Espíritu en la Iglesia en el presente y las transformaciones que la iglesia de los laicos ha tenido y está teniendo dentro de las sociedades en movimiento. (27) Hay una parte de la Iglesia que ya está en salida.
El Papa Francisco nos está urgiendo a ser Iglesia en salida… Para la institución eclesial, eso supone conversión pastoral (28) en cuatro ámbitos:
1.       en la conciencia de la comunidad eclesial;
2.       en el ámbito de las relaciones de igualdad y autoridad;
3.       en el ámbito de las acciones y
4.       en el ámbito de las estructuras (SD 30).

Sabemos por los muchos documentos eclesiales del Magisterio, que la Iglesia nunca está acabada (EN 15; UR 6) y por lo tanto tiene necesidad de renovarse continuamente. El Magisterio latinoamericano y del Caribe en sintonía con Medellín y Santo Domingo, afirman en Aparecida que la “conversión pastoral” se entiende como el paso de una pastoral de cristiandad, de sacramentalización o de conservación, a una pastoral de post-cristiandad, evangelizadora, “decididamente misionera”. El papa Francisco quiere una Iglesia renovada capaz de hacer frente a los nuevos desafíos que presenta la postmodernidad. Esta conversión pastoral no sólo implica un cambio personal, sino estructural. Y es una conversión que no busca la visibilización de la iglesia, sino la construcción del Reino de Dios en este mundo, en el aquí y ahora de la historia. (29) En otras palabras, no se trata de “convertir” a las personas para que entren a la Iglesia, sino para que se identifiquen y asuman los valores del Evangelio y puedan así generar procesos de transformación en todas las áreas de la vida social.
La realidad socio-económica que vivimos en el continente latinoamericano y en el Caribe, nos está exigiendo salir a los caminos donde se juega la vida. Y tenemos que salir ligeros de equipaje, porque el camino es largo y pesado. Por eso, la opción por los pobres, la lucha por la justicia y la paz, la defensa de los derechos humanos,  la humanización de la vida y de la sociedad, son parte integrante del anuncio del Evangelio. La salvación pasa por la historia, sin agotarse en ella, por supuesto. Por eso, lo social, que fue el detonante de la conciencia eclesial latinoamericana, en los tiempos de Medellín, sigue siendo hoy, junto con lo cultural y religioso, un elemento inseparable de la praxis eclesial y la vivencia de la fe.
En este momento de cambio epocal, si la Iglesia no es capaz de reconfigurarse, de salir de sus esquemas pre-conciliares, no encontrará lugar en la sociedad que se avecina. Lo que está en juego es una verdadera recreación de la figura histórica del cristianismo. Es la oportunidad única de recrear la experiencia cristiana a partir de su novedad original.
Este salto no podrá realizarse sin tomar en cuenta lo que dio origen a su existencia: la referencia a la persona de Jesús como criterio permanente de lo que es cristiano y la presencia del Espíritu que fue abriendo caminos y rompiendo esquemas. Es precisamente el Espíritu el que nos permite mantener la esperanza, resistir y permanecer en medio de tantas contradicciones. Iglesia en salida es la comunidad que se abre al Espíritu de Dios, porque confía en su promesa. Una Iglesia del Espíritu. 


Notas
1 Audiencia del 23 de marzo del 2013.
2 Hoornaert, Eduardo, ¿Qué significa una Iglesia en salida?, 
3 Boff, Leonardo, “Papa Francisco: Iglesia en salida, ¿de dónde y hacia dónde?”, en Koinonía, julio 3, 2015.
4 Hoornaert, ibíd.
5 Palacio, Carlos, “El cristianismo en América Latina. Discernir el presente para preparar el futuro”, Revista Latinoamericana de Teología # 372.
6 Palacio, Carlos, íbid.
7 Legorreta, José de Jesús, Modernidad, secularización e Iglesia en América Latina, Universidad Iberoamericana, México 2016, p. 15.
8 Segundo, Juan Luis, Acción pastoral latinoamericana vs motivos ocultos, Ediciones Búsqueda, Argentina 1972, p. 114.
9 La tesis central del planteamiento esencialista católico afirma que la identidad latinoamericana se configuró entre los siglos XVI y XVIII, teniendo como núcleo más profundo el catolicismo. Esta postura enfatiza una homogeneidad cultural sobre las diferencia naturales, poniendo como denominador común el cristianismo. Se pasa por alto las diferencias interculturales y se difuminan las relaciones asimétricas entre culturas dominantes y las marginadas. Hay que cuestionarse si la conquista y el sometimiento consiguieron unificar y fundir las diversas culturas por medio de la religión. Para los obispos, la respuesta es afirmativa. Cfr. Legorreta, Modernidad, secularización e Iglesia en América Latina, Universidad Iberoamericana, 2013, pp. 81-82.
10 Legorreta, Íbid.
11 Palacio, Carlos, íbid.
12 Palacio, Carlos, íbid.
13 Estrada, Juan Antonio, “Carisma e institución”, en Nuevo Diccionario de Teología, Juan José Tamayo (dir.), Trotta 2005, p. 127.
14 Sperry, Len, Sexo, sacerdocio e Iglesia, Sal Terrae, Santander 2004, pp. 108-109.
15 Dijo Pío X: “La Iglesia es, por su propia esencia, una sociedad desigual, es decir, una sociedad que incluye a dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que ocupan un rango en los diferentes grados de la jerarquía y la multitud de fieles. Y estas categorías son de tal forma distintas entre sí que únicamente en el cuerpo pastoral residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. Por lo que se refiere a la multitud, no tiene otro derecho sino el dejarse guiar y, como rebaño fiel, seguir a sus pastores” (Pío X, Vehementer Nos # 8, 11 de febrero de 1906).
16 Boff, Leonardo, ibíd.
17 Merlos Arroyo, Francisco, Teología contemporánea del ministerio pastoral, Palabra Ediciones y Universidad Pontificia de México, 2012, pp. 39-43.
18 Bravo, Benjamín (coord.), ¿Cómo hacer pastoral urbana?, San Pablo, México 2013, p. 7.
19 Frente a la estructura sacerdotal del Templo, el movimiento de Jesús optó decididamente por un modelo laical de organización. Los primeros líderes (obispo, presbítero, diácono) eran laicos, igual que Jesús. Sólo con el tiempo, el cristianismo fue adoptando las estructuras del judaísmo y de la sociedad romana dentro de su organización (Cfr. Juan Antonio Estrada, La identidad de los laicos. Ensayo de eclesiología, Ediciones Paulinas, 1990).
20 Hoornaert, Eduardo, Íbid.
21 Silber, Stefan, “Esperanza, crisis y movimiento. La Iglesia de los laicos en América Latina”, Alternativas 24, 2017, p. 50.
22 Con la consolidación del feudalismo en el siglo XI se dieron una serie de cambios sociales y económicos, a los que se sumaron cambios en la espiritualidad. Se tradujeron en una creciente insatisfacción con las formas tradicionales de entender a Dios y de vivir cristianamente. En este contexto, la mayoría de las herejías no nacieron por falta de religiosidad, sino de la búsqueda de una nueva espiritualidad más y mejor adaptada a las nuevas necesidades y a los nuevos tiempos. Es en este contexto, donde en el siglo XII, surge el Valdismo, que buscaba alcanzar una Iglesia de los pobres más auténtica que la Iglesia oficial. Su defensa del derecho de los laicos a predicar y la petición de unas Escrituras en lengua vernácula atentaban directamente contra el monopolio religioso del clero. (Cfr. Alvira Cabrer, Martín, “Movimientos heréticos y conflictos populares en el pleno Medievo”, en Emilio Mitre Fernández (coord.), El mundo medieval, vol II, Editorial Trotta, Madrid 20113, pp. 400-406. 23 Vigil, José María, “Libertad a la intemperie. Sobre la necesaria reforma de la Iglesia católica”.
24 Silber, Stefan, Íbid. 25 Silber, Stefan, íbid. 26 Esta iglesia puede darse en los aspectos controvertidos de la religiosidad popular (que tiene celebraciones populares al exterior de los templos y fuera del alcance regulador de la iglesia institucional). También pueden considerarse iglesia líquida a las “Católicas por el derecho a decidir”, quienes sin dejar de ser católicas, expresan disconformidad con la doctrina expresa de la institución eclesial.
27 Silber, Stefan, ibíd.
28 El término “conversión pastoral” es una categoría teológico-pastoral de la Iglesia latinoamericana y caribeña, que aparece por primera vez en el documento de Santo Domingo y que luego es rescatada en Aparecida. Cfr. Brighenti, Agenor, “La conversión pastoral de la Iglesia. Concepto e indicaciones programáticas”, en Medellín 170, vol. XLIV, enero—abril 2018, pp. 11-38.
29 Brighenti, Agenor, “La conversión pastoral de la Iglesia. Concepto e indicaciones programáticas”, en Medellín 170, vol. XLIV, enero-abril 2018, pp. 18-19.


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